La despedida de los flamencos
Destacadas figuras del cante recuerdan a Paco de Lucía con anécdotas y vivencias compartidas con el maestro
De juerga en los billares; José Mercé
Nuestra relación se remontaba a los años setenta y ochenta, de aquel tiempo, madre mía, en el que estaba lo mejor del flamenco en Madrid, vivíamos el día a día y lo pasábamos estupendamente. Entonces ya apuntaba lo sencillo y humilde que era Paco. No tenía nada que ver ese tiempo con este de ahora. No existía para nosotros esa mierda que es la droga; lo único que queríamos era pasarlo bien, reunirnos, estar juntos, disfrutar cuando el trabajo se había acabado, que era sagrado. Me acuerdo que íbamos por el centro de tablao en tablao, a Paco le encantaba recorrerlos y pasar un rato de los buenos. Y entonces, en cuanto le reconocían, se le empezaban a acercar los chavales jóvenes y se le echaban casi encima, y no le ví nunca, y compartimos muchas noches, ya lo creo, un mal gesto al maestro, aunque estuviera cansado. Jamás ponía un pero. Era un hombre bastante bromista, muy del puebloy para el pueblo, que, sin embargo, poseía una cultura y una sabiduría enormes. Por eso fue capaz de convertirse en un revolucionario de la guitarra y de todo lo que tocó. Hemos perdido con su muerte a un bastión. Los dos más grandes fueron él y Camarón, que dignificaron el flamenco y nos pusieron en caché, en calidad y en categoría. La verdadera revolución fue la que hicieron estos dos gigantes.
Vuelvo a recordar ese Madrid que pateábamos, sabíamos cómo y cuándo empezaba el día, pero nunca cómo iba a acabar. Llegábamos unos ocho a una venta que había muy famosa y sabíamos disfrutarlo sólo con comer, beber y cantar. ¿Para qué necesitábamos más? También frecuentábamos un local que se llamaba Tulsa, enfrente de Torres Bermejas. Lo que no habremos disfrutados, la cantidad de noches de juerga que no habremos pasado casi de chiquillos. Había una armonía entre nosotros que no he vuelto a sentir nunca y que empiezo a echar de menos cada vez con más frecuencia. Pepe el Habichuela, Carlillos, Camarón..., un grupo de entre ocho y diez. Y cuando nos cansábamos del cante y de dar palmas nos marchábamos a los billares que había en Callao, los más famosos que tenía entonces Madrid. ¿Hasta cuándo? Hasta que echaban el cierre y nos decían que teníamos que irnos, pero sin una mala palabra, que éramos gente de bien. Menudas partidas las que jugábamos y cómo nos gustaba quedarnos a ver a los señores, mayores para nosotros entonces, que pasaban allí las horas.
Nos deja encogidos y nos quedamos con su obra, de la que aún, y afortunadamente, nos queda mucho por escuchar.
Cuando me acompañó por alegrías; Carmen Linares
Para la gran familia del flamenco su muerte es un mazazo, una noticia triste, aunque un artista como Paco, de su talla, nunca se marcha, no nos deja jamás. Es eterno y lo será siempre. Se nos ha ido un genio de esa música tan nuestra a quien le debemos mucho por ser un revolucionario. Le recuerdo de muy jovencita la primera vez que le ví. Me llevaron su padre y el mío a que me escuchara cantar. Yo iba nerviosa y él estaba recién levantado y llevaba puesto un batín. Cuando le tuve delante mostró mucho interés y me acompañó por alegrías. Imagina cómo estaba yo, tan chica que era. Paco era un artista como la copa de un pino, genial, capaz de elevar la guitarra a lo más alto, a la máxima categoría. Admiraba la preparación que tenía y su técnica, y esa manera tan suya de tocar en la que ponía mucho corazón y más libertad. Le gustaba muchísimo el cante y le ha aportado modernidad, grandeza, armonía. Las nuevas generaciones, y las que no lo son tanto, nos hemos quitado el sombrero frente a él. Ha llevado la música flamenca por el mundo con enorme categoría y deja como legado una escuela.
En el tablaíto de Montmartre; Juan Peña, El Lebrijano
Cuando dejé la guitarra empecé a cantar, hace ya mucho, bastante tiempo. Fue entonces cuando grabé mis primeros cuatro discos con Paco, mi amigo del alma. Tendría yo entonces unos 24 años y él seis menos. Así se nos iba pasando el tiempo y recuerdo que en un Festival en Montilla le dije que tenía que volar solo, que era lo suficientemente grande como para estar él en el cartel, que así se empequeñecía. Cada espectáculo que tocaba lo hacía inmenso. Cómo fue ese pedazo de éxito de «Entre dos aguas». Paco no era un guitarrista, era la guitarra, un artista mayúsculo que merecía respetos desde todos los ángulos de la música, el jazz, el rock, la electrónica, el pop. Todos sus músicos se han enamorado de la manera que tenía de tocar. Juntos hemos echado lágrimas y también reído mucho, como aquella noche en el barrio de los artistas de París, en Montmartre, en un tablaíto al que llegamos, era a finales de los sesenta, ya muy tarde y nos pusimos los dos mano a mano con una botella de whisky y mucha alegría. Menuda borrachera, menuda noche para no olvidar.
La mejor «master class»; Juan Manuel Cañizares
Con Paco he tenido la dicha de poder vivir diez años de intenso trabajo,de cercanía y convivencia, de día a día. En esa época nuestra amistad se estrechó porque pasábamos bastante tiempo juntos en unas giras que duraban entre dos y tres meses. Como a mí me gusta decir, cada concierto del maestro era una «master class» y yo sentía que me orientaba no solamente en lo profesional, sino también en mi vida, hablo de cuando yo tenía unos veinte años. Paco ha sido un amigo al que le define una idea: era un hombre noble que siempre tuvo para quien quiera que se le acercara una palabra amable, alguien que sabía hacer un hueco para escuchar una maqueta (en aquellos años eran cassettes) cuando se lo pedían, aunque fueran las tantas de la madrugada. Todos le escuchaban y él escuchaba a todos. La grabación de «El concierto de Aranjuez» la hicimos en directo, era como actuar en la cuerda floja, pero a su lado sabías que nada podía salir mal. Si él no estaba en el camerino algo faltaba y cuando abría la puerta todo se iluminaba.