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La economía española a través de Landa; por Ramón Tamames

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Ayer nos llegó la triste noticia de que Landa nos ha dejado físicamente. Sin embargo, sus películas seguirán siendo vistas en todas partes, porque tras haber empezado casi como un actor de la filmografía más o menos delicuescente de la pretransición hasta la era ya constitucional, él se elevó, sin embargo, a alturas excepcionales como actor cuando en su camino fue encontrando a grandes directores que supieron extraer de él la verdadera fibra de la acción y la emoción. En ese sentido, en una crónica de urgencia, yo me permitiría establecer tres momentos en la vida profesional de don Alfredo. El primero de ellos, con «El bosque animado», basado en la inolvidable novela de Wenceslao Fernández Florez. Quien situó la acción, de pequeños y grandes animales, en la fraga de Cecebre, en la Galicia silvestre y profunda, que yo tuve ocasión de visitar un día para conocer el escenario del gran escritor gallego.
- En «El bosque animado» Landa es el protagonista de un filme en el que aflora con toda su viveza la España rural de los años anteriores al desarrollismo, incluso de la Guerra Civil. Con todas sus ingenuidades, candores, y también malevolencias y maleficios de todas clases. En una especie de entendimiento armónico con la naturaleza, el director de la película, José Luis Cuerda, supo componer un contexto en el que los amaneceres brumosos y los atardeceres de sol titubeante se mezclan con la arboleda, las aves y toda clase de series vivientes del bosque animado.
- En segundo momento histórico, y también de resonancias económicas, se sitúa ya en la frontera del desarrollismo. En una explotación agraria en la Andalucía latifundista, donde viven y reviven los señoritos propietarios, los capataces sumisos, junto a los jornaleros que en algunos casos, como diría Alberti, se muestran altivos y en condición vital muy por encima de sus señores. Todo ello con base también en una inolvidable novela de Miguel Delibes: «Los santos inocentes». Discurriendo la acción primero en términos de comedia, luego en el drama para terminar en la tragedia. Por la sencilla razón de que la dignidad humana no puede oprimirse indefinidamente. Y porque los sentimientos de lo que hoy llamamos autoestima, y antes se denominaba amor propio, aflora con una fuerza irresistible.
-Y por último, la llegada del desarrollismo. La España de la alpargata se convierte en la del 600, en los barrios de Madrid en los talleres no dan abasto con los nuevos «seatones», que van sustituyendo parcialmente a los sufridos peatones. Y entre ellos, aparece un deslumbrante Alfredo Landa, quien bajo la batuta de Juan Antonio Bardem se lanza a la aventura de un fin de semana fuera de Madrid. Con no pocas connotaciones en aquella formidable película italiana, en «Il Sorpasso», donde Vittorio Gassman sabe interpretar un papel que resume las aspiraciones de tantos italianos que después del neorrealismo querían pasar a la acción y a disfrutar de la vida del desarrollismo. En «El puente», Landa se mueve con tanta soltura o más que los protagonistas de otras «road movies», sin olvidar incluso «Thelma y Louise». Y en una serie de acontecimientos que se van complicando por su misma dinámica, de Madrid llega un Torremolinos invadido por los guiris donde al final se encuentra a sí mismo. En un amanecer ante el mar, lleno de resacas psicológicas que le reconducen a su realidad de ser humano agobiado por el temor y en eterna búsqueda de un placer casi inalcanzable. Descanse en paz el gran actor, que con su ingenio, sus miradas siempre llenas de vida, supo llevarnos con tanta emoción a veces por esa fábrica de sueños que según Georges Sadoul es el cine de nuestro tiempo.

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