La escritora que me salvó la vida
Estoy triste. Quiero escribir un texto sobre Ana María Matute no sólo que esté a la altura de Ana María Matute, sino también a la altura de esta tristeza. Cada vez que muere un escritor, recuerdo el día en que nos dejó Miguel Delibes. Escribí en un poema: «Miguel Delibes había muerto / y yo todavía estaba viva». También recuerdo el día que murió Mario Benedetti. Pero esta tristeza es desbordante, es íntima. Es una tristeza familiar. Porque yo no leía a Ana María Matute: la sentía. Y no es que la admire: es que la quiero. Quiero a Ana María Matute. Podría decir, empezar a decir que yo la quería, porque somos tan simples que usamos el pasado para hablar de los muertos, pero siempre voy a querer a la Matute.
Me llaman para darme la noticia y para preguntarme cómo estoy, y estoy huérfana, pero es difícil de explicar. Me pregunto qué le parecería a Ana María que, tras su muerte, la gente se dirija a mí. A lo mejor le daba la risa, a mí a veces ella me da la risa, y ahora que se me ha muerto me da más la risa todavía, porque mira que morirse hoy. No puedo hablar de la Matute como la escritora que me ha salvado la vida en más de una ocasión, ni puedo hablar de ella como se habla de las mujeres que escriben, ni puedo hablar como hablaría una lectora enumerando sus mejores libros. Porque Ana María convive conmigo de un modo tan natural, que no puedo diferenciar sus personajes de la imagen que tengo de ella en mi cabeza. No quiero hablar de sus libros ni tampoco quiero hablar de su pelo ni quiero hablar de cuántos años tenía ni de la ternura que me despierta ni de nada. Sólo quiero quedarme en silencio toda la mañana y pensar en mi amiga, y desearle lo mejor, y asegurarme de que aquí nadie se va a olvidar de ella. Y con un poco de suerte, voy a creer en Dios durante un rato, y me la voy a imaginar con su amor bueno ahí en el cielo, contenta, y después ya no voy a hacer nada más salvo quererla, quererla, quererla como se quieren las buenas amigas en el tiempo. «Ana María Matute había muerto / y yo todavía estaba viva». Pero infinitamente más sola.