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La familia del defensor de Companys

Víctor Gay Zaragoza/ Escritor. Acaba de publicar «El defensor», donde recrea la aventura del abogado de Lluís Companys, Ramón de Colubí. Una relación que, pese a empezar distante, la prolongaría hasta el mismo día del fusilamiento del president
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Ramón de Colubí, Lluís Companys y Víctor Gay. Tres hombres, una historia y muchos parentescos. Entre el abogado y el president –relación desconocida hasta ahora– y entre el escritor y el primero –ignorada por el propio Gay durante años–. Todos mezclados en la investigación que ha dado su fruto en «El defensor» (en catalán en Columna y en español en Suma de Letras), donde se recrean las aventuras de Colubí a la hora de defender a Companys.
–¿Cómo descubrió el parentesco con Colubí?
–En uno de los árboles genealógicos de casa, veía que ponía Colubí. Me sonaba que una tía de mi abuelo hablaba muy bien de ellos, pero como mil nombres que te suenan y no sabes muy bien quiénes son. Un día que estaba comiendo en la habitación vi una fotografía de un soldado y el nombre de Colubí. Llamó mi atención. En un periódico, con motivo del aniversario del fusilamiento, se decía que el abogado defensor era precisamente este Colubí.
–¿Qué pensó en ese momento?
–Me pareció extraño, porque la familia de mi abuelo es muy conservadora y me llamó la atención que defendiera a Companys. Le pregunté y no quiso saber nada, sólo dijo que se fue al exilio, lo que me animó a investigar.
–Durante tres años...
–Dos investigando y uno escribiendo. Tirando del carro fui a Tàrrega a rebuscar y descubrí que los Companys y los Colubí eran parientes, algo que había pasado desapercibido. No se sabía y se puede probar con las partidas de nacimiento. Lo considero muy importante. No busqué escribir un libro de Companys, pero todo se fue revelando.
–Colubí tenía un hermano muerto durante la guerra.
–De manera heroica, tanto que el régimen lo ascendió a título póstumo. Su fin fue tan vil que Frederic Escofet, comisario de orden público de la Generalitat, le dedica tres párrafos en sus memorias. Habla de la canallada que fue la manera en que lo mataron los sindicalistas. Fue el último en rendirse en Barcelona, cuatro días en las Drassanes resistiendo. Los asesinaron como ratas. Y eso que, en el fondo, tanto Companys como Escofet decían que eran cuatro chavales de 20 años. Colubí llevaba todo esto clavado porque era su hermano pequeño y él lo había liado para ser militar.
–Ese hecho acaba con él.
–La de Colubí era la historia de un hombre al que se le acaba un mundo porque afronta, después de la guerra, tras pasar un año y medio en la cárcel y de la muerte de su hermano, defender a presos republicanos. A su familia no le gustaba esa tarea. De ahí, y ésa es la grandeza de la historia, emerge el verdadero Colubí, por encima de bandos e ideologías. Por eso este hombre ha sido marginado por nacionales y republicanos.
–¿No se le reconoció nunca su labor?
–Los nacionales lo veían como alguien que se volvió medio loco y los republicanos lo consideraban alguien que luchó contra ellos. Quedó en tierra de nadie, pero va más allá: se enfrentó a toda la burocracia del régimen.
–¿Lo apoyó alguien?
–Sí, porque no todo el mundo quería fusilar a Companys. Conozco a descendientes de militares que pensaban así. Hay un momento mientras lo juzgan que consideran que eso no es honorable porque a muchos los había salvado Companys. Incluso gritan: «Esto es una farsa».
–¿Colubí defendió a más republicanos?
–Recibió muchas peticiones y los salvó a todos: a 155 de ser fusilados en un año. Solamente condenaron a tres, uno de ellos Companys.
–¿Se lo pusieron difícil con Companys?
–Recibió presiones al más alto nivel porque hizo una serie de cosas que no son habituales en un juicio militar sumarísimo, como que se concediera a las hermanas de Companys un permiso para que pudieran visitarlo. Él les informó de todo, hizo lo que creía que se debía hacer. Era puro quijotismo, caballerosidad propia del siglo XIX. Logró hasta que tuviera una celda especial, que se le diera un trato exquisito. Fue una historia de dar y recibir.
–¿Por qué lo ve de esta manera?
–Porque Companys era una persona católica y lo fusilaron supuestos católicos. Muchos militares no entendían eso.
–En Colubí tuvo lugar una transformación. La relación con su cliente no era especialmente buena.
–Claro. Hay dos cosas. Por un lado son parientes. La hija de Colubí también lo cree y lo guardaron en secreto, porque ser defensor y familiar de Companys no era un privilegio. Es un mundo al que se le derrumba otro porque ha luchado una guerra y por un ideal que ve que no es así. Colubí está en la línea que apoya el golpe. Cuando empieza a atender a Companys se da cuenta de que ese ideal por el que luchaba... Me he documentado y he hablado con la hija de para saber cómo pasó. Él se acaba guiando por sus valores cuando todo debía haber sido una farsa.
–¿Nunca dejó nada escrito de sus vivencias?
–Quiso pasar desapercibido. Su familia tiene toda la documentación guardada en Miami y esperan donarla al Museo Nacional de Historia de Cataluña o al Archivo Nacional de Cataluña.
–La transformación de la que usted habla también tiene lugar en Companys, ¿verdad?
–Se acaban admirando y respetando. Son dos personas que habían sufrido mucho: Companys era una persona de 60 años mientras que Colubí tenía unos 30. Entre ellos se crea una amistad auténtica. Companys le regaló sus gemelos, compartió con él sus últimas horas antes del fusilamiento charlando.
–¿Colubí asistió a la ejecución?
–Sí. Companys se despidió con mucha entereza y amor de todos los militares, del comandante del Castillo... La orden venía de muy arriba y nadie quería fusilarlo, lo que pasa es que se le echaba en cara que no hubiera tenido mano dura chafando la contrarrevolución de los comunistas, los que hacían la checas. Companys fue un títere durante la guerra, pero la gente de aquí reconocía que había intentado salvar muchas vidas.