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La guillotina y el terror más sangriento de la historia

Alberto Bárcena Pérez publica su libro «La guerra de la Vendée. Una cruzada de la revolución»
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Alberto Bárcena Pérez publica su libro «La guerra de la Vendée. Una cruzada de la revolución»
Todavía se puede leer a algún intelectual, incluso a políticos de reciente hornada, que lo que faltó en España para estar a la altura del cambio contemporáneo europeo fue la guillotina, la liquidación social, el Terror. La Revolución Francesa goza hoy de buena imagen, y se relaciona solo con el lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad» y la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano. En realidad esa imagen responde a una política de los gobiernos de la III República para crear una memoria colectiva común a través de la educación pública, la arquitectura y el urbanismo. Al fondo quedaron cien años, desde 1789, de luchas internas, cambios de régimen, y dictaduras, como la de Napoleón. El Estado francés construyó así una «verdad oficial» sobre el legado e historia de una Revolución presentada como romántica y prístina, partera de la Era contemporánea ignorando la de América del Norte, y así lo repitió la historiografía acomodaticia. El campo quedaba abonado para revisar los acontecimientos.

Acto calculado

En 1985, Reynald Secher presentó una tesis atrevida titulada «La Vendée-Vengé. Le génocide franco-français», en la que mostraba la liquidación sistemática de la población de esa región debido a que se habían levantado contra la República. Fue un acto calculado. La Convención encomendó al general Turreau el exterminio de los vendeanos el 22 de noviembre de 1793. Durante tres años utilizó las llamadas «Columnas infernales o incendiarias». Liquidaron a casi 120.000 personas, muchas de ellas tras la guerra, lo que supuso un 13% de la población. Hubo fusilamientos masivos de combatientes y de población civil, en especial de mujeres, a las que se tenía como «paridoras de bandidos». La barbarie de esta gente les llevó a practicar envenenamientos masivos y el ahogamiento en ríos y bahías de miles de personas presas en barcazas. Instalaron campos de concentración para matar a los prisioneros por hambre, enfermedad o hipotermia. La guillotina no paraba, por supuesto. Incluso se ha constatado la fabricación de ropa y ornamentos con la piel de los vendeanos. Babeuf, uno de los revolucionarios, alertó ya en 1794 del «populicide», inventando así el término «genocidio». El objetivo era la liquidación de los que se oponían a la revolución jacobina. Esa política fue llamada «el Terror». El propio Robespierre afirmó el 5 de febrero de 1794 que: «El terror no es otra cosa que la justicia rápida, severa, inflexible; es, por tanto, una emanación de la virtud». La guerra de la Vendée, entre 1793 y 1796, fue un genocidio calculado, y el primer terrorismo de Estado de la Historia.
La obra de Secher causó gran revuelo en Francia porque contradecía la «verdad oficial», y el debate enriqueció la visión sobre la Revolución. La obra no se ha traducido al español. Es más; tan solo la profesora María Teresa González Cortés se hizo eco en «Los monstruos políticos de la Modernidad» (2007) y en la traducción de «El sistema de despoblación» (2008), de Babeuf. Por esta razón resulta del máximo interés la obra de Alberto Bárcena Pérez, profesor de la Universidad San Pablo-CEU, titulada «La guerra de la Vendée. Una cruzada de la revolución» (San Román, 2016). El libro es, tal y como indica el autor, una recolección interpretada de los hechos recogidos por Secher. Barcena, sin embargo, añade o corrige algunas de las tesis del francés. El profesor español entiende que la guerra se debió a los sentimientos monárquicos y religiosos de los vendeanos. La prueba es que era Napoleón, tras el golpe del 18 de brumario, el que consiguió la reconciliación de esa zona de Francia con el nuevo gobierno. La táctica fue reconocer los atropellos sufridos, y asegurar la amnistía y la libertad total de culto. Es más; el dictador permitió la prédica a los sacerdotes refractarios; es decir, a aquellos que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero en 1790 y, por ende, eran enemigos de la Revolución. Los refractarios, escribe Bárcena, volvieron a la Vendée «en medio de una desbordante emoción popular». Entiende, en fin, que los vendeanos «tomaron la defensa del catolicismo» como «una lucha por la libertad en su dimensión más íntima; la de conciencia». La lección es que el deseo de implantación de un totalitarismo, o de un autoritarismo, lleva acompañado siempre una guerra civil, aunque sea encubierta, a la que sigue la mitificación de personas y acontecimientos que, convertidos en «verdad oficial», acaba cayendo con el paso de las generaciones. Aquella Revolución distinguió entre franceses verdaderos (patriotas) y falsos (contrarrevolucionarios), a los que había que liquidar, arrinconar o reeducar, como más tarde se oyó hablar de malos y buenos alemanes, españoles, rusos o italianos. Y es que los mitos y las utopías acaban siempre ensangrentadas.

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