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La incógnita Robles, «Dos Passos» más cerca

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Sonia Tercero aborda en su documental la misteriosa desaparición de José Robles durante la contienda del 36 y la incansable búsqueda de su compañero.
«El hotel está en una colina. Desde la ventana puedo ver el viejo Madrid con sus abigarrados tejados. Tejas de color hollín salpicadas de rojos y amarillos, bajo el cielo azul metálico, antes del amanecer. La ciudad se extiende clara y quieta hasta donde alcanza mi vista. Tejados estrechos, chimeneas sin humo, torres de color beige con cúpulas brillantes y afilados capiteles de pizarra, estilo castellano del siglo XVII. Todo aparece cortado en metal con una brillante luz acerada». Eran tiempos de guerra. Nacionales y republicanos luchaban en los límites de Madrid por imponer su fuerza. Unos por entrar y otros por defender lo que todavía era suyo. Contra todo pronóstico, incluso para un gobierno que ya se había trasladado a Valencia, la ciudad no cedía. «Madrid resisted», titulaban los periódicos extranjeros. Crónicas firmadas por las grandes figuras internacionales que se habían trasladado para contar lo que allí ocurría.
Para ello, se tenían dos puntos clave: el edificio Telefónica, símbolo de resistencia en plena Gran Vía y cuya azotea era un balcón privilegiado desde el que contemplar los avances que se producían en el frente, y el hotel Florida, donde se vivía una época dorada que había convertido aquel lugar en un oasis dentro de una guerra con la conjunción de nombres como Hemingway, Martha Gellhorn, Virginia Conles, Antoine de Saint-Exupèry, Capa y el responsable de la descripción de Madrid: John Dos Passos. «Vivieron momentos muy divertidos a pesar de la dura realidad, porque los cañonazos y bombardeos eran continuos», comenta la hija de Dos Passos.
«Habían mandado a España a las mejores plumas del momento», comenta Sonia Tercero, directora del documental –«Robles, duelo al sol»– que recoge la amistad entre el último y José Robles y, sobre todo, la misteriosa desaparición de éste.
Aquel verano, como ya era tradición, «Pepe» había vuelto de Baltimore para pasar sus vacaciones. Ya eran 16 los años que llevaba dando clases en la Universidad Johns Hopkins, en el departamento de Lenguas Romances, pero su vida estaba aquí, donde estaban sus raíces. Por ello fue que cuando estalló el conflicto no dudó en quedarse en la capital para servir al bando republicano. Su admiración por la Revolución rusa le había llevado a estudiar el idioma de un Pushkin a que admiraba y deseaba leer en su original. Así, su conocimiento de inglés, francés y ruso le convirtió en un hombre «muy útil» –le presenta Tercero–, una pieza clave para hacer de enlace entre los ojos de Stalin en la Península y el gobierno. Su principal foco fue Gorev, de quien fue traductor. Conversaciones en las que probablemente José Robles escuchó más de lo que hubiera deseado: los planes que los soviéticos tenían en mente para defender Madrid.
Durante todo este periodo no dejó de mantener el contacto con sus compañeros de Baltimore. Sabía que al otro lado del Atlántico se seguía con atención lo que ocurría en España y, con éstas, «Pepe» hacía guiños en sus artículos, dando muestras de normalidad. Pero la situación no aguantaría así mucho tiempo. Si el último texto publicado había calmado la incertidumbre que se vivía por el estado del profesor, la carta que envió a Carrington Lancaster semanas después ya no era tan tranquilizadora. Más bien todo lo contrario. Viendo la situación, los Robles decidieron abandonar la capital y marchar a Valencia huyendo de una persecución que ya intuía. Ya no contaba con la protección de Gorev y aun en la embajada del Levante no se sentía cómodo.
Motivos no le faltaban, como demostraron unos hechos que no se dejarían esperar: «Nos ha venido a visitar L.A. [Luis Azcárate y Flórez]. Estoy muy preocupado por la suerte que haya podido correr R. Lo han detenido hace unos días y no hay manera de saber por qué ni dónde está a pesar de los esfuerzos que hace don Julián [Besteiro]», escribía Carlos Posada el 12 de noviembre. Contaba de esta forma como un día, de pronto, mientras Robles leía a Edgar Allan Poe, se lo llevaron para siempre. «Nunca volvió», dice.
Daba comienzo la lucha estéril de Márgara y Coco por recuperar a un marido y a un padre. El hijo escribió a Lancaster pidiendo discreción, pero, sobre todo, contando la pésima situación en la que se encontraban tras el «ridículo arresto». No había pruebas concluyentes contra él y ni siquiera se le explicaba a la familia dónde estaba, ni el motivo que le tenía preso.
Con este panorama John Dos Passos llegó a Valencia. Para tratar de recuperar a su amigo como fuera. «Llegué a España en torno a la fecha de su muerte. Su mujer, a la que vi en Valencia, me pidió que investigase para mitigar su desasosiego. Pudo suceder el mismo día que Liston Oak dio la noticia al hijo de Robles de que su padre había muerto. Al mismo tiempo que algunos funcionarios me decían que los cargos contra Robles no eran serios y que no corría peligro, el ministro de Exteriores, Álvarez del Vayo, mostró ignorancia cuando le pregunté sobre el caso, y me prometió indagar en los detalles. La impresión que me trasladaron los mandos en Valencia fue que si Robles estaba muerto es que había sido secuestrado por anarquistas incontrolados», escribió el periodista norteamericano tres años después de todo.
Se comenzaba a poner el foco de atención en esas purgas que se dieron tanto en Rusia como en España. Todo coincide con el inicio de la represión soviética contra diplomáticos y servicios de información. Una auténtica limpieza contrarrevolucionaria. Robles había estado muy cerca de información comprometedora y, además, estaba Ramón: un hermano en el bando contrario. Una mezcla letal para los recelosos soviéticos. Principalmente esto último, como destaca Paul Preston en la cinta, y hacia donde en su día apuntó Dos Passos, hablando de Ramón como un primo que trabajaba en líneas enemigas: «Un chiste o una sonrisa relajan tu tensión. Vas reconociendo poco a poco las mil maneras en las que un hombre puede ser culpable: la frase que se le escapó en un café y que alguien anotó en una libreta, la carta que escribiste el año pasado, la nota que apuntaste en un trozo de papel, el hecho de que un primo esté en las líneas enemigas... El extraño sonido que te producen tus propias palabras al ser citadas por la acusación. Te ofrecen un cigarrillo, sales al patio para enfrentarte a seis hombres que nunca antes habías visto. Apuntan. Esperan la orden. Disparan». Así intentaba describir los últimos momentos de «Pepe».
Es en este punto en el que radica buena parte de la investigación de Sonia Tercero, en contar por primera vez con las voces de la familia de Ramón. Esencial para reconstruir lo que sucedió. «Vi que, dentro de todas las pesquisas que se habían hecho, nadie había hablado con la parte de la familia de Ramón. Les llamé, se lo propuse y la hija pequeña, Carmen Robles, aceptó. Ellos mantienen que la relación entre los hermanos era buena, y para ello recurren a que el viaje a Toledo en el que se conocen Robles y Dos Passos es porque ‘‘Pepe’’ fue a ver a Ramón», explica. «José Robles mantuvo varias entrevistas con su hermano Ramón cuando éste fue encarcelado en Madrid, para persuadirle de que se uniese al Ejército leal. Mi impresión es que el caso se llevó hasta el punto de ejecutarle, porque los agentes secretos rusos pensaron que Robles sabía demasiado sobre el ministerio español de la Guerra y el Kremlin. Y desde su particular punto de vista no era fiable», concluía Dos Passos.
Con las dudas todavía en el aire, el intelectual siguió su cruzada en plena Guerra Civil por averiguar dónde estaba su compañero. Días después de aterrizar en Valencia se trasladó a Madrid, donde sus múltiples preguntas incomodaron al que hasta entonces había sido un muy buen amigo suyo: Hemingway, con el que había viajado a España para rodar un documental. Éste entendía que las investigaciones que estaba haciendo perjudicaban al gobierno republicano y fue por eso que tachó a Dos Passos de «visitante inoportuno».
Bache amistoso al margen y con la muerte de Robles más que asumida pese a las numerosas contradicciones, Dos Passos puso el foco de atención en la familia del desaparecido. Las noticias de Márgara y los dos pequeños no eran las mejores. Había que sacarlos de la guerra a toda prisa y, con la colaboración de la Johns Hopkins, se puso a ello. «Querido Lancaster. No sé si tienes noticias de Márgara Robles. He intentado varias vías, a través de Claude Boners, de Pascua y otros para conseguir un certificado de defunción. Pero no consigo nada. El caso se hace más y más misterioso. Es muy probable que por algún motivo, Robles fuera ejecutado por los servicios secretos soviéticos y nadie se atreve a hablar de ello. ¿Poe qué fue ejecutado? Para mi propia satisfacción todavía tengo la esperanza de saberlo. ¿Qué consideras que es lo mejor que podemos hacer con el seguro de vida? Haría lo que fuera necesario para conseguir algo para Márgara y los niños. En el caso de una victoria de Franco, si consiguen salir de España, no tendrían nada para sobrevivir».
Costó, pero se logró. Primero Barcelona, después Francia, Baltimore y, para finalizar, México DF. Así concluye un documental que arroja luz a un caso que sigue siendo una incógnita y que «surgió de una conversación con una amiga sobre la ruptura entre Hemingway y Dos Passos y sobre el libro de Martínez de Pisón», aclara la directora.

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