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La leyenda del pirata Barbanegra

Temido como pocos, forma parte del folclore popular. Se llamaba Edward Teach y sus fechorías y mala fama dieron la vuelta al mundo
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Temido como pocos, forma parte del folclore popular. Se llamaba Edward Teach y sus fechorías y mala fama dieron la vuelta al mundo
Algunos hombres pasan a la historia no por su verdadero nombre, en su caso Edward Teach, cuya pronunciación nada sugerirá al lector, sino por su revelador apodo: Barbanegra, el pirata más famoso de cuantos han surcados los mares. Recuerdo que, siendo niño, cuando mi madre quería que no cometiera más trastadas le bastaba con mentar al ogro del cuarto oscuro para asustarme; y cuando la jugarreta merecía un castigo ejemplar, recurría entonces a su mejor aliado: Barbanegra, que llegaría a formar parte del folclore popular como uno de los grandes malvados de la historia. Su efigie barbuda se reproduciría en los museos de cera de medio mundo.
Era suficiente con observar su tétrico rostro y su aspecto alto y fornido para infundir terror a cualquiera: tocado con un tricornio con plumas, le gustaba intimidar a propios y extraños exhibiendo sus espadas, cuchillos y juegos de tres pistolas de distintos calibres; amarraba fusibles debajo del sombrero, los cuales encendía al entrar en combate. Su mirada era terrorífica, como la del mismísimo diablo. El cinematográfico pirata Jack Sparrow era un inocente corderito a su lado.
La popularidad de Barbanegra (1680-1718) se disparó tras su muerte, celebrada como el final de una gran guerra. El joven político, científico e inventor Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos de América, compuso un poema con ocasión del acontecimiento. Se escribieron canciones, cuentos y comedias. Centenares de aventureros y curiosos buscaron en cuevas solitarias a lo largo de toda la costa atlántica del continente americano los arcones de tesoros que escondió. Tenía un sistema peculiar de enterrarlos. Conducía un baúl a tierra en un pequeño bote con uno de los miembros de la tripulación y hacía que el marinero cabase un gran hoyo y colocase el arcón en el fondo. Cuando el agujero estaba a medio rellenar, Barbanegra asestaba al marinero un tremendo golpe en la cabeza, lo arrojaba al fondo y cubría con paletadas de tierra el boquete, sepultando así el tesoro y el cuerpo juntos. «Nadie más que el diablo y yo sabemos dónde está», solía jactarse aludiendo a su tesoro. «Y el que viva más tiempo de los dos se lo llevará todo».
Sus padres tampoco eran hermanitas de la caridad. Regentaban una taberna en el pueblo inglés de Bristol y se decía ya entonces que narcotizaban a los marineros para llevarlos dormidos a buques donde jamás hubiesen embarcado por su propia voluntad.
Edward Teach o Barbanegra, como el lector prefiera, inició su vida marinera en la guerra de la reina Ana, durante la cual Francia y Reino Unido se disputaron el control de Norteamérica entre 1702 y 1713. Concluida la contienda, el pirata capturó el mercante francés «Queen Anne’s Revenge» («La venganza de la reina Ana») al que convirtió en una formidable máquina de guerra armándola con casi cincuenta bocas de fuego, en su mayoría cañones cortos de gran calibre.
La primera hazaña de Edward Teach lo hizo ya célebre en el mundo entero. Cerca del apostadero naval de San Vicente, en las islas de Barlovento, apresó el Great Allen con valioso cargamento, se deshizo de la tripulación y quemó el barco. El buque de guerra Scarborough zarpó enseguida para castigar la osadía de Barbanegra, pero sufrió también una soberana derrota, entrando mal parado en la bocana del puerto.
La noticia corrió como la pólvora por todos los puertos del Atlántico, convirtiendo al bucanero en el enemigo público número uno. Barbanegra fue así el tema obligado de todas las conversaciones en las tabernas de la dilatada costa. Se sabe que capturó una veintena de barcos en tan sólo dos años, pero tal vez fueron muchos más.
Como todos los pájaros de mal agüero, él tuvo también su final. El gobernador de Virginia envió una expedición para liquidar al pirata al mando del teniente Robert Maynard. Era comandante de un buque de guerra de la Real Armada. El 21 de noviembre de 1718 se llevó a cabo el abordaje. Maynard saltó a un lado. El corsario lo persiguió con su sable. Cuando caía la hoja, uno de los hombres de Maynard asestó al pirata una cuchillada en el cuello. La sangre salió a borbotones.
Los hombres de Maynard contaron al final cinco balazos de pistola y una veintena de tajos de chafarote en el cuerpo de Barbanegra. Le cortaron la cabeza y la ataron al bauprés de una chalupa. Pero no pudieron evitar ya que la leyenda del pirata más famoso de la historia floreciese desde aquel día...
@JMZavalaOficial