La música vuelve a sus orígenes
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¡Cuántas veces hemos asistido a conciertos de cámara en grandes auditorios en los que se perdía la esencia de la música y al espectador le llegaba un pálido reflejo por muy buenos que fuesen los intérpretes! En la sala grande del Auditorio Nacional nunca se podrá escuchar música de cámara como en la intimidad de la pequeña. Otro tanto sucede con el lied. El «Viaje de invierno» que cantó Jonas Kaufmann en el Liceo hubiera resultado infinitamente mejor en el Teatro de la Zarzuela.
Durante la Edad Media y el Renacimiento se ensayaba en las habitaciones denominadas cámaras y, poco a poco, se fue extendiendo su ejecución desde los salones de la aristocracia a las habitaciones de casas más modestas. Los cuartetos de Haydn, Mozart y muchos otros fueron pensados muy frecuentemente para diversión en casas particulares de los propios compositores e intérpretes. Estos, que en unos inicios podían ser casi principiantes, fueron necesitando ser expertos en cuanto Beethoven complicó la forma. Schubert era amante de las tabernas y en ella dio a conocer muchas de sus páginas. Nacieron las schubertiadas como reuniones en las que disfrutar su música y en ellas se podía comer y beber. Aún perduran hoy en lugares como las de Schwarzenberg, Hohenems o, en España, Vilabertran, pero han perdido parte de aquella informalidad inicial para aproximar su ambiente al de nuestros conciertos.
De ahí que constituya un interesante iniciativa la promovida por Benjamín García Rosado en el remozado Café Comercial de la Glorieta de Bilbao madrileña. Con la entidad «El Escondite», que rige el café, y el patrocinio de la ginebra «London» han diseñado un ciclo de más de media docena de conciertos –Cuarteto Quiroga, Lina Tur Bonet con Enrico Onofri, Forma Antiqva, Josetxu Obregón con Enrike Solinís, Raquel Andueza con La Galanía, Spanish Brass, Judith Jáuregui, Juanjo Guillem con Rafa Gálvez– en el piso segundo del local. Se trata de un espacio de tamaño adecuado para poder escuchar la música con cierta intimidad a veces, eso sí, interrumpida por el ruido de fondo del piso inferior, mientras se bebe un gin. Los artistas se comunican con el público, les explican lo que van a tocar en un ambiente acogedor y simpático. Suena la música y, al final, uno puede optar por cenar.
El primer concierto de la serie trajo a uno de los grupos de cámara punteros en nuestra música, el Cuarteto Quiroga, que combinó el espíritu inicial de las schubertiadas con el espeluznante «La muerte y la doncella» y uno de los trabajos incluidos en su reciente disco «Terra», el «Cuarteto n.1» de Ginastera, claro ejemplo de lo que pretenden con su publicación: que la música frecuentemente está apegada a la tierra. Tras ambas, un villancico del violinista Manuel Quiroga, aún más folclórico. Tres piezas que fueron inicio de un ciclo prometedor destinado a llevar la música a sus orígenes.