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«La Pilarcita»: Mundos que se extinguen y milagros imposibles

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Autora: María Marull. Director: Chema Tena. Intérpretes: Carla Díaz, Júlia Molins, Álex de Lucas y Marieta Orozco. Teatro Lara. Madrid. Hasta el 23 de febrero de 2019.
Está teniendo una larga vida, y es comprensible que así sea, esta función producida por Mariano Piñeiro –responsable del éxito «La llamada»– que ha cambiado de reparto desde su primer estreno sin descuidar el reclamo comercial que pueden tener algunos nombres. Si en un primer momento incorporó, por ejemplo, a Anna Castillo –muy popular desde que ganase el Goya por «El olivo»–, hoy incluye en su ficha artística a otra mujer, Marieta Orozco, que también fue Mejor Actriz Revelación muchos años antes por su trabajo en la película «Barrio», de Fernando León de Aranoa. Escrita por María Marull y dirigida por Chema Tena, «La Pilarcita» cuenta la llegada a un remoto pueblo extremeño dese Madrid de una mujer llamada Selva en compañía de su amante, Horacio, que está gravemente enfermo. El objetivo de su peregrinaje es pedirle a la Virgen a la que hace referencia el título que obre para que su pareja recobre la salud. Mientras Horacio permanece recluido en su habitación con las fuerzas y los ánimos muy maltrechos, Selva entrará en contacto con las dos jóvenes que regentan el modesto hotel en el que se aloja: Luisa, que estudia para ingresar en la universidad y que, por tanto, dejará pronto el pueblo, y su amiga Lucía, una chica que suple sus carencias socioeducativas con una desbordante vitalidad y una naturaleza espontánea y bondadosa. Se trata de una comedia sencilla y bien resulta, sin grandes aspiraciones, que encuentra sus mayores logros, por un lado, en la simpatía y la ternura con la que la autora y el director saben mirar a sus humildes personajes y, por el otro, en la eficacia con que estos están interpretados por las tres actrices principales: Carla Díaz, Júlia Molins y Marieta Orozco. La función se ve como un correcto, amable y digno entretenimiento que, además, está imbuido de cierta melancolía poética en la exploración humana que late en su nivel más profundo; una suave melancolía con aroma a verdad, más presente en el desenlace, que puede inhalarse por fortuna sin que la pituitaria llegue nunca a congestionarse. Hay que añadir a todo ello el ingenio de David Mínguez y del propio director, Chema Tena, a la hora de diseñar una escenografía que, sin necesidad de tirar la casa por la ventana, funciona muy bien por el cuidado de algunos pequeños detalles que hoy percibimos con nostalgia y desapego a partes iguales y que son perfectamente reveladores de un mundo ya en vías de extinción: la botella de agua de plástico, la piscina hinchable, la caja de lata con la costura, la silla de cocina antigua, la ropa tendida...
LO MEJOR
La pátina de humor en el habla y en la conducta lánguidas de las dos protagonistas del pueblo
LO PEOR
Se cuela algún chistecito, como el de la Sagrada Familia, de nulo valor teatral

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