200.000 euros por quemar al Rey
Es obra de Eugenio Merinol y Santiago Sierra, el mismo artista que el pasado año llevó a la feria “Presos políticos”, que fue retirada
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Todo vuelve. No hay nada más parecido al día de la marmota que ese martes previo a la apertura de ARCO a los coleccionistas en el que los periodistas deambulamos –a veces como pollos sin cabeza– en busca, sí, lo hacemos todos, de una pieza polémica. Primero cae un pabellón, después el otro. Los ojos muy abiertos y las neuronas a tope. El año pasado la cosa no fue demasiado complicada porque la obra que se retiró de la feria antes de que se inaugurase daba la bienvenida desde el stand de Helga de Alvear, que abría a lo grande el pabellón 7, como para no verlo. Ocupaba su homenaje a los presos políticos una pared. Duró nada y menos. La primera obra censurada. Todos los titulares se los llevó el autor, Santiago Sierra. Con razón el aún director de la feria, Carlos Urroz, aseguraba en una entrevista en estas páginas días atrás que no le parecía justo que una obra se llevara todos los titulares. Pues vamos por la segunda, como las sevillanas. Ayer, el mismo artista volvía a hacer carambola, esta vez en una galería italiana donde su directora atendía a los medios en medio de un revuelo generalizado.
En una esquina del espacio, no muy grande, destacaba una obra gigantesca: una escultura que representa a Felipe VI. A poco que se conozca su obra el sello de Eugenio Merino estaba impreso en cada poro. Efectivamente, los autores son Merino y... Sierra, artista habitual de Prometeo Gallery, de Milán, al que nunca imaginamos trabajando con el artista que metió a Franco en un congelador. «Es su primera colaboración», nos dice la galerista. El nombre de la obra es «Ninot», representa al Monarca vestido con traje azul oscuro, camisa en blanco roto, corbata verde, gemelos dorados en los puños, zapatos negros y una barba perfectamente arreglada. Se ha cuidado hasta el más mínimo detalle, como rociar al gigantón con el perfume favorito del Rey, «Dark Blue», de Hugo Boss.
Se vende por 200.000 euros y el comprador debe firmar un compromiso por escrito: que quemará la pieza durante el año en curso, acto que será grabado a modo de performance y del que el propietario se quedará con la imagen y las cenizas, «la calavera», como repite la galerista, Ida Pisani. «La finalidad de esta obra es ser quemada, como la de cualquier ninot», dice ella, que cuenta que la obra llegó esta mañana al stand, que es muy reciente, que Sierra es «uno de los más grandes artistas del mundo», que no sabe si la comitiva con el Rey al frente pasará por el espacio mañana, día de la inauguración de la feria, y que mide 4,44 metros, al tiempo que rocía con el perfume la escultura. «De uno es el concepto y otro ha hecho la escultura», explica. No es complicado adivinar quién ha hecho qué, ¿verdad?
Carlos Urroz acierta a pasar por la galería. Su último año y se va con otra controversia, esperamos, deseamos, que de menor intensidad. Quién sabe. No le hace gracia toparse de nuevo con la misma piedra. No sabía nada de la obraMaribel López, codirectora de la feria, habla con Pisani y mira sorprendida la escultura: «Es tratar de llevar la idea de posesión hasta el extremo, al límite, pues le estás diciendo al coleccionista que tiene que comprometerse a documentar su destrucción, no se la puede quedar, lo que contraviene directamente el sentido de posesión, de comprar para tener». Estamos de acuerdo, pero, ¿no podían haber elegido una figura neutral? «No serían ellos si no nos pusieran en este límite», responde. Efectivamente, no.
Siempre nos quedará Lelong
S
ierra no tiene pensado pasar por ARCO. Para eso están sus ayudantes, que le mantienen informado. Merino, en cambio, es un habitual. Le buscábamos en ADN de Barcelona, pero él estaba en Milán. Sin embargo, el pabellón 9 da para bastante más que una polémica gigante. La feria, en general, da para bastante más. Hay calidad y eso se nota. Mucha. Juana de Aizpuru toma un bocado mientras nos explica lo que le gusta estar en la feria. Le encanta Albert Oehlen. Y a nosotros, las imponentes fotografías de Cristina de Middel y Bruno Morais en uno de los laterales. En Espacio Mínimo, sus directores, que han comentado con Ida Pisani la que va a liar en ARCO, exponen algunos tapices de Teresa Lanceta. Se ve, la verdad, bastante obra en tela.
Y luego está Lelong, que es un punto y aparte en la feria. Con unacuadro de Juan Uslé de cortar la respiración, rotundo, una escultura femenina de Plensa y un proyecto que también mostrará de escultura y grabado de cuatro metros. «Ha sido su año en España», comenta el galerista. Y el Miró tan carísimo, «Personaje y pájaro», de 1967, que vende por más de cuatro millones de euros. «Me parece un error focalizarlo todo en el precio y no en la creación de la obra», asegura. En la murciana T20 merece atención el óleo de Ana Barriga y la vitrina que guarda los restos quemados de «Farenheit 451», de Ray Bradbury. Rafael Ortiz, veterano galerista de Sevilla, presenta una apuesta muy distinta –que hay que renovarse–, con dos fotografías de Graciela Iturbide, entre ellas, «Nuestra señora de las iguanas». En Cornelia Parker Nan Goldin se queda en cueros. Hay un montón de cajas pendientes de desembalar, máquinas que hacen casi imposible moverse por el espacio, cuadros contra la pared, como castigados, escaleras aquí y allá.
En el pabellón 7 la cosa es menos movida. Más clásica en el buen sentido de la palabra. Salvo Merino y Sierra y Sierra y Merino, no hay voces que desentonen. Y hay piezas muy buenas. Leandro Navarro no defrauda, todo lo contrario. Su Kandinsky se va a convertir en un imán. No dejen de mirar y analizar el lienzo de Equipo Crónica entre dos Tàpies, jugada maestra total. Y Schwitters, Rivera, un dibujo de Juan Gris, «Naturaleza muerta con guitarra» (1920), que es una joya. En la pared de enfrente una mujer pintada por Alex Katz en tonos naranjas. Y muy cerca Guillermo de Osma con otro recital de vanguardias, unos Chillida mayúsculos y unos Dis Berlin que miramos cada año suspirando. Siguiendo por la línea más clásica Cayón con un sobrio Cruz Díez de 1989 en rojo sangre. Leiro, Antonio López, Manolo Valdés y Juan Genovés (cómo es posible que cada año nos sigan sorprendiendo sus personajes en permanente huida) son fieles a Marlborough. En la bonaerense Ruth Benzacar, otra de las grandes, no pasen por alto la obra de Max Gómez Canle. Es un descubrimiento. Helga de Alvear recibe a la entrada del pabellón. Este año no hay polémica en su stand. Sí unos retratos bellísimos de Kate Blanchet, siete, que firma Julian Rosefeldt, director de «Manifesto», película en la que la actriz daba vida a 13 mujeres. Preciosos. Y tres caballos enjaezados con un punto medieval del mismo artista. Este año ha preferido ir al paso y dejar el trote y el galope para otros.