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Historia

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La Revolución que silenció al fado

La llegada de la democracia a Portugal hace 45 años implicó el largo destierro del género, que fue vetado por su asociación con la dictadura de Salazar

Amalia Rodrigues, la gran dama del fado, es una figura clave de este género
Amalia Rodrigues, la gran dama del fado, es una figura clave de este génerolarazon

La llegada de la democracia a Portugal hace 45 años implicó el largo destierro del género, que fue vetado por su asociación con la dictadura de Salazar.

Dice el viejo cliché que Portugal se define por las tres «F»: Fútbol, Fátima y Fado. Sin embargo, por mucho que Cristiano Ronaldo o los tres «pastorinhos» nos hagan pensar en el país vecino, solo el icónico género musical tiene la capacidad de transportarnos a la tierra de Pessoa y de manifestar la esencia de los lusos con unos pocos acordes de la guitarra portuguesa y alguna que otra frase entonada por una voz rota. A lo largo de más de 150 años este fenómeno singularmente portugués ha servido para expresar la intensidad del amor y el desamor, la sensación agridulce de la saudade, los altos y bajos de la vida cotidiana en tierras lusas.

Pero a pesar de la innegable conexión entre esta música y el país vecino, durante un largo periodo de la historia reciente el fado no se escuchaba en Portugal. Tras el triunfo de la Revolución de los Claveles –que tuvo lugar hace justo 45 años–, el pueblo mostró su apoyo a la democracia dando la espalda al género, que había sido utilizado como símbolo de la identidad nacional durante el régimen dictatorial del Estado Novo. Durante tres décadas estuvo vetado en la radio y televisión, algo que hizo que muchos temieran que el fado estaba en vías de extinción. Sin embargo, después del largo destierro, en los últimos tiempos una nueva generación ha hecho suya la música de antaño. Gracias al giro que ha dado al género, ha logrado revitalizarlo, poniendo fin al olvido del fado en Portugal.

El fado surgió durante la primera mitad el siglo XIX en los burdeles del puerto de Lisboa, donde prostitutas como A Severa (1820-1846) cantaban sobre sus amantes marineros y el destino fatal. A pesar de esos orígenes turbios, el fado tardó poco en convertirse en la banda sonora de lusos de todas las clases sociales, y poetas y pensadores vanguardistas comenzaron a escribir letras subversivas para acompañar las melodías populares. Cuando nace el siglo XX los fados no sólo narraban el día a día de los barrios típicos de Lisboa, sino que también versaban sobre la política y los problemas sociales que afectaban a todos los portugueses. Fue precisamente ese carácter crítico de las canciones lo que hizo que el dictador António de Oliveira Salazar (1889-1970) inicialmente desconfiara del género. El eminente musicólogo Rui Viera Nery –responsable de la exitosa campaña para que la UNESCO reconociera al fado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad– explica que cuando se instauró el régimen del Estado Novo en 1933 se llegó a plantear la prohibición del fado. «Únicamente se salvó gracias a la radio, una herramienta clave para difundir la propaganda oficial entre una población mayoritariamente analfabeta. Los ministros de Salazar le avisaron que la gente no la escucharía la emisora nacional si no tocaba esa música popular».

Como la prohibición resultó imposible, el régimen optó por domarlo. «Se impuso la censura previa sobre los textos cantados, y los contenidos satíricos, políticos, anti-religiosos, o con alguna connotación sexual fueron prohibidos». De la misma manera que el franquismo se aprovechó de la copla, el salazarismo utilizó el fado como vehículo para trasmitir sus valores tradicionalistas. «Se promovieron canciones que celebraban la supuesta dignidad de la pobreza y que reforzaban la idea de cualquier acto de resistencia era malo, pues en ésta vida sólo cabe resignarse al destino», añade Viera Nery.

Música para la revolución

Durante la madrugada del 25 de abril de 1974 dos canciones sirvieron para lanzar el golpe militar que puso fin a más de 40 años de dictadura en Portugal: «E depois do adeus», de Paulo de Carvalho, y Grândola, Vila Morena, de Zeca Afonso. Ambas eran composiciones modernas, representativas de la nueva era democrática en un país ansioso por romper con su pasado negro. Una vez consolidada la Revolución, las nuevas autoridades centraron su atención sobre el género musical irremediablemente asociado con el antiguo régimen. El fado quedó vetado en la televisión nacional y dejó de emitirse en la radio portuguesa cuando las emisoras fueron nacionalizadas en 1975.

«Se canceló la ''Gran Noche del Fado'', un concurso que se celebraba desde 1945, y las salas de conciertos dejaron de contratar a fadistas», explica Viera Nery. El público apoyó el destierro del género, que asociaban con la cultura cerrada y casposa de la dictadura, y ante la falta de empleo muchos cantantes emigraron.

Uno de los pocos que sería tolerado en democracia fue Carlos do Carmo (1939), conocido por su oposición al régimen salazarista. Sin embargo, incluso él tuvo que modificar su repertorio, y aunque era seleccionado para representar al país vecino en el Festival de Eurovisión de 1977, lo hizo cantando una balada moderna titulada «Uma flor de verde pinho». Si bien su disco del mismo año, «Um homem na cidade», tuvo éxito y sirvió para inspirar a António Variações y Madre Deus, su caso era excepcional: en términos generales, durante las siguientes décadas el fado fue sofocado ampliamente y desapareció del panorama cultural de Portugal. Nacida en 1984, Carminho –actualmente una de las fadistas más famosas del mundo– recuerda que durante su adolescencia tuvo que ocultar su amor del género musical. “En casa escuchábamos discos de Amália Rodrigues junto a los de Bob Dylan, María Callas y R.E.M.. Entendí que este era algo tabú cuando lo comenté en el colegio y mis compañeros me miraron como si yo fuese un bicho raro». «Después de dicho episodio sentí la obligación de esconder esa pasión hasta años más tarde, cuando empecé a frecuentar la casa de fados donde a veces cantaba mi madre. Ahí me sentí feliz, integrada, completa. Fue mi salvación, porque me permitió desarrollar mi confianza, mi personalidad, una voz propia como persona y como cantante», señala.

Un nuevo giro

Junto a artistas como Mariza y Ana Moura, Carminho formó parte de la nueva generación de fadistas que surgieron a finales de los 90 y dieron un nuevo giro al género, combinándolo con inspiraciones globales, entre ellas las de la música de las ex colonias portuguesas. Hoy en día ellas cantan los viejos clásicos, pero también entonan nuevos éxitos que recuperan el espíritu crítico censurado durante el salazarismo. Éste fado revitalizado ha reconquistado al público luso –que vuelven a acudir en masa a los conciertos de las grandes fadistas– y creado el espacio donde grupos más alternativos como Fado Bicha –el dúo homosexual que se ha convertido en un éxito en Portugal– han conseguido aflorar.

Viera Nery opina que este estado actual del género no se entiende sin el veto impuesto tras la Revolución de los Claveles: «Aunque el impacto inmediato fue terrible, esa pausa permitió que el fado se liberalizara y abriera, facilitando la recuperación de los temas prohibidos por la dictadura y la internacionalización del género».

Carminho coincide con el musicólogo y se autoproclama hija de la Revolución, tanto que considera que es hora de que otro movimiento popular tenga lugar: «Tenemos que recuperar el coraje de quienes lideraron ese cambio para hacer algo ahora, para luchar contra la injusticia, contra la ineptitud de los gobernantes, contra la opresión de los pobres». A diferencia de lo acontecido en 1974 con la Revolución de los Claveles, la cantante espera que si se produce una nueva revolución, el fado desempeñe un papel fundamental en ese movimiento popular: «El fado tiene que está ahí porque siempre ha sido la música de la sociedad. Es un género que ha dado voz a los marginados, y que permite que expresemos las emociones que los poderosos siempre intentan silenciar», concluye