La voluntad indomable
La asombrosa fortaleza de José Manuel Lara Bosch no le vino dada por su enorme capacidad física, que conservó hasta el último suspiro, sino por su voluntad indomable. Apenas voy a mencionar sus méritos públicos, tan elogiados estos días de despedidas y homenajes, para dejar constancia de sus virtudes personales. Es sabido que Lara era muy ambicioso, pero me consta que estaba obsesionado por encontrar la armonía entre el éxito público y su dicha personal. No hubiera sido fácil compaginar ambas cosas, que es algo así como encontrar la cuadratura del círculo, si no hubiera dejado una parte fundamental de su vida en manos de su mujer, Consuelo García Píriz, sin cuya decisiva colaboración difícilmente hubiera logrado mantener la fundación que lleva su nombre, el premio que dedicó a su hermano, la estrecha relación con sus autores, las mejores amistades, la vinculación con Sevilla, y, lo más importante, la buena educación y el inmenso cariño de sus hijos. Él sabía que buena parte del éxito se lo debía a su esposa, lo mismo que le sucedió a su padre, el fundador de Planeta. Y a pesar de que se ha ido demasiado pronto, ha visto cumplido uno de sus sueños: lograr que sus cuatro hijos estuvieran preparados para hacerse cargo del imperio. Todo esto hizo de José Manuel una persona alegre y satisfecha; al menos, eso me dio a entender un día que comentamos el agradecimiento que dejé escrito en uno de mis libros, donde hacía referencia a su generosidad. Es muy raro encontrar a un magnate que se sienta orgulloso de ser, por encima de todo, una buena persona. No me excedo en el elogio si digo que José Manuel Lara no presumía de nada, era sencillo y austero, excepto de ser un hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno.