Las «Superstars» de Warhol; por Javier Ors
Existe una época en que nada importa. La vida es un juego y sólo está para quemarla. La juventud se va rápido: apenas dura lo que un cigarrillo y el futuro es un disco que gira y gira, día tras día, sin pararse jamás. Polvo aquí, polvo allá, las semanas transcurren, pero no importa porque el tiempo hace bastante que se ha detenido en el calendario. Cualquier momento es noche de jueves, viernes, sábado o domingo. Los lunes siempre parecen miércoles y, desde que se inventaron, los cuartos de baño han servido para algo más. Existe una época en que hasta en verano resulta fácil encontrar nieve en las calles y cualquiera puede soñar que es el próximo Leonardo DiCaprio. ¿Por qué no tú, muchacho? ¿Quién te ha dicho, chica, que no serás tú la siguiente Marilyn? Holly salió de Miami, Candy llegó de fuera, el pequeño Joe nunca dio nada gratis y Jackie iba demasiado rápido para que el Valium remediara lo inevitable: que se perdiera por el lado salvaje de la vida. Cuando se marchó, sumaba 38. Todos ellos fueron estrellas de cine. Todos tuvieron quince minutos de fama. Eran las «Superstars» de Warhol. «Dragqueens», chaperos, travestis, reinas de la habitación trasera de los baretos, musas eternas de la Factory. Lou Reed los recordaba con melancolía en «Walk on the Wilde Side». Eran los años de la ilusión: todo resultaba posible y no había que pagar nada a cambio.