Las tres vidas del San Jorge que no quiso ser «Ecce Homo»
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Existen dos fenómenos paralelos pero antagónicos surgidos de la imbricación entre patrimonio y turismo en nuestro país, y que se han convertido en referentes (para bien y para mal) en el mundo: el «efecto Guggeheim» de Bilbao sería la cara de esta moneda, con la revalorización internacional de una ciudad que siempre tuvo fama de, en fin, ¿fea? La cruz la representa el caso del «Ecce Homo» de Borja, un «efecto Guggenheim» en negativo pero que se ha revelado como extremadamente lucrativo para el turismo de esta pequeña localidad. Antes de que la entrañable Cecilia Giménez desnaturalizase por completo (aunque sin mala fe) el pequeño mural del Cristo del Santuario de la Misericordia, apenas 4.000 personas al año visitaban la localidad. Esa cifra se viene multiplicando por cuatro desde que el «Ecce Homo» saltara a las webs de medio mundo. En Borja no cambiarían hoy su desastroso mural por el original ni a tiros. La experiencia de este enclave zaragozano ha hecho que la tentación de tener un «Ecce Homo» en la iglesia del pueblo sea grande. Desde entonces se han producido gran cantidad de avistamientos patrimoniales del tipo del de Borja, con restauraciones más que cuestionables, que han hecho de España una especie de meca mundial de la restauración chapucera. Pero en Estella siempre lo tuvieron claro: no querían un «Ecce Homo». Y, aunque el caso del San Jorge «restaurado» con colores chillones, chiclosos, más parecidos a plastilina que a policromado, podía ser un digno heredero por su trascendencia del de Borja, el Ayuntamiento optó por solventar el desaguisado. Hablamos no ya de un mural de 1930 como el que tuneó Cecilia, sino de una talla realizada en torno al año 1.500. Como broma quizás hubiese sido ir demasiado lejos. «No queremos atraer visitantes debido al mal trato de nuestro patrimonio. No lo hemos publicitado y tampoco lo haremos nosotros», aseguró entonces el alcalde Koldo Leoz. Así pues, la talla fue trasladada desde su emplazamiento en la Iglesia de San Miguel a un taller en el que se han invertido más de 1.000 horas en su restauración para hacer que luzca lo más parecido a como debía ser antaño. Por el camino de estas tres vidas del San Jorge se han quedado varios miles de euros. Los responsables del Gobierno navarro que han ejecutado el trabajo recuerdan que ha costado unos 32.000 euros, un tercio más de lo que podría haberse gastado en esta restauración si las cosas se hubiesen hecho bien desde el principio. El arzobispado ha corrido con los gastos, a lo que se suman los 6.000 de la multa que la parroquia tuvo que pagar. Dentro de poco este San Jorge tan español (por lo que revela del país de la chapuza y el despilfarro) regresará a Estella y, poco a poco, se olvidará que durante un tiempo, a lo largo del verano pasado, fue un «Ecce Homo» en toda regla y agitó nuevamente la controversia sobre la protección al patrimonio especialmente en las pequeñas localidades de España.