Cultura

Leo Nucci, 550 veces Rigoletto

En escena Nucci se ha transmutado más de 500 veces, aguantando una joroba que le era liviana porque el personaje jamás le pesó.

El barítono, en su última caracterización en La Scala como el bufón de la corte de la ópera verdiana
El barítono, en su última caracterización en La Scala como el bufón de la corte de la ópera verdianalarazon

En escena Nucci se ha transmutado más de 500 veces, aguantando una joroba que le era liviana porque el personaje jamás le pesó.

Cada vez que se metía en la carne del jorobado le daba una vida nueva. Lo hacía diferente. Lo interiorizaba de tal manera que Leo se convertía en Rigoletto, que eran uno mismo, que se confundían y se fundían. Lloraban las mismas lágrimas. Sentían una única desazón, su batalla perdida, las burlas y el odio. Y también el amor de padre. En escena Nucci se ha transmutado más de 500 veces, aguantando una joroba que le era liviana porque el personaje jamás le pesó. El viernes en La Scala mató al bufón en escena al cantarlo por última vez. Y el teatro que tanto le quiere se rompió las manos. Fue su despedida. Colgó el traje. Ya no habrá más. O quizá lo que hizo este barítono inmenso con unos ojos claros bellísimos es darle vida eterna.

Dijo adiós al personaje verdiano. En el Teatro Real hizo historia al bisar en cada una de las cuatro funciones que cantó en 2015. En todas. «Si, vendetta , tremenda vendetta». Tremendo, Leo Nucci, inmenso. Otro cantante podría haberse emborrachado con su propia voz, caer fulminado beodo de éxito. Él, no. Cada noche que le tocó interpretarlo, lo mismo daba en un coliseo de Nueva York que en la iglesia de un pueblo pequeño, se dejó la piel. Y así lo ha hecho 550 veces durante 46 años, que se dice pronto. A sus 77 demuestra que está en buena forma, que sigue siendo un maestro y que el del viernes no tiene nada que envidiar al primero que cantó a la vera de su esposa Adriana, embarazada en aquella altura de seis meses su hija Cinzia. Era 1973 en Legnago, con el padre de Pavarotti como testigo.

No va a serle fácil a Nucci desprenderse de la piel del bufón de la corte, a quien ha amoldado y hecho a su manera. Es una de las pocas, escasísimas voces que quedan de la vieja escuela, de esos cantantes titánicos, como Plácido Domingo, que asomando los 80 siguen con la voz bien colocada. El maestro se ha retirado y el asiento de Rigoletto queda libre. Un arma de doble filo porque las comparaciones son tan inevitables como poco agradecidas.

Dicen, y él mismo también lo rumia, que Luca Salsi podría tomar el testigo. Y ahí lo deja. «Del personaje espero que cada vez sea diferente, pues el teatro no es el mismo, ni los compañeros, ni las circunstancias tampoco», decían hace unos años en estas páginas sobre Rigoletto. «Soy un intérprete, no un artista», añadía. Y en eso, señor Nucci, permítame que disienta. Lo es. Y lo va a seguir siendo. El jorobado que ha compuesto 550 veces ya forma parte de la historia de la lírica. Hablar de él y de Verdi es inevitablemente mentarle a usted. No me diga, querido maestro, que eso no es ser un artista.