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Leonard Bernstein y el musical que reflejó su vida

Hoy se cumplen cien años del nacimiento del compositor y director de orquesta que creó, entre otras, la música de «West Side Story»
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Hoy se cumplen cien años del nacimiento del compositor y director de orquesta que creó, entre otras, la música de «West Side Story».
El año 1943 Leonard Bernstein se convirtió en una «estrella ascendente» o «rising star», como dirían los estadounidenses. Fue nombrado director adjunto de la Orquesta Filarmónica de Nueva York y el 14 de noviembre sustituyó de emergencia a Bruno Walter, que se encontraba enfermo, en un concierto en el mítico Carnegie Hall. Bernstein hizo un gran trabajo y la radio se ocupó del resto: el espectáculo fue retransmitido a nivel nacional y acto seguido comenzaron a lloverle las ofertas laborales. Sin embargo, la estrella de Bernstein alcanzó su máximo resplandor años después con «West Side Story», el musical que saltó de Broadway a Hollywood y de allí al imaginario colectivo de generación tras generación. El genio de origen judío habría cumplido cien años hoy y el mundo no ha perdido la oportunidad para recordarlo –con todas sus virtudes y, claro, sus defectos (era bastante maniático, bebía demasiado y no fue precisamente un ejemplo de fidelidad)– con una serie de homenajes, desde un «remake» en Broadway del célebre musical hasta libros, novelas y al menos dos películas sobre su vida.
Retomar su historia a través de la de «West Side Story» resulta natural no solo porque éste fue un hito de su carrera, sino porque el musical nació de un sentimiento personal de injusticia que compartía con los otros tres hombres que crearon la obra. Además, la gestación de «West Side Story» fue casi tan tumultuosa como la vida personal de Bernstein. La idea original fue del director y coreógrafo Jerome Robbins, que buscaba actualizar la historia de Romeo y Julieta. En su versión, Romeo era hijo de inmigrantes italianos y católicos y ella una joven judía; su amor imposible se gestaba en las calles del Lower East Side de Manhattan (de no haber cambiado de parecer, el musical se habría llama «East Side Story»).
Rumbo al Oeste
Pero entre 1949, cuando Robbins comenzó a dar forma a su historia, y 1955, cuando se sumaron al proyecto Bernstein y Arthur Laurents, que escribiría el guión, el clima del país había cambiado y, en consecuencia, el musical tomaría otro rumbo (hacia el Oeste). Con el final de la Segunda Guerra Mundial comenzó la llamada tercera ola migratoria de puertorriqueños a Estados Unidos, específicamente a Nueva York, donde se instalaron cerca de 40.000 entre 1952 y 1953. Muchos fueron víctimas de discriminación y las peleas callejeras cada vez más usuales entre pandillas de neoyorquinos y puertorriqueños alimentaban los rotativos. Para Bernstein y sus compañeros la situación no pasó desapercibida y hasta vieron en ella una oportunidad. Trasladaron el musical al oeste de Manhattan, donde se había instalado la comunidad latina, y convirtieron a la protagonista, Maria, en una joven puertorriqueña y a su amado, Tony, en un americano de pura cepa. El resto de la historia, con su música prodigiosa y famosas coreografías, lo conocemos todos.
A Laurents, Stephen Sondheim, autor de las letras de las canciones, Robbins y Bernstein les unía la religión judía y el hecho de que eran homosexuales en una época de poca o ninguna tolerancia en ese sentido (Bernstein, casado y con tres hijos, era bisexual). Sin embargo, en una entrevista concedida en 2009, dos años antes de su muerte, Laurents asegura que la religión fue el factor definitivo: «Los homosexuales eran una minoría, pero entonces no figuraban tanto. Los judíos figuraban entonces, ahora y siempre. Creo que era eso lo que teníamos en común, lo que impulsó el musical: ese sentimiento de injusticia».
Pero el cambio de dirección no significó que las cosas irían sobre ruedas de ahí en adelante. Al contrario, el musical pretendía subir al escenario una dosis de violencia y sexo que Broadway nunca había visto, por eso les costó tanto conseguir un productor que creyera en el proyecto. Finalmente les apoyarían Hal Prince y Robert Griffiths, a los que Sondheim convenció de darles una oportunidad. «En ese entonces se trataba de un musical audaz», ha dicho Prince, que asumió el riesgo después de que otros rechazaran el trabajo por no verle un futuro comercial al asunto. El productor recuerda la primera vez que escuchó la música: «Era un domingo por la tarde en el apartamento de Lenny Bernstein, que tocó el piano muy fuerte porque estaba nervioso. Steve puso la voz. Cuando terminaron, ya sabía que participaría en la producción. Nos tomó 24 horas conseguir la financiación».
Comenzaron con el casting. Los cuatro creadores estaban de acuerdo en que necesitaban voces jóvenes y no demasiado educadas, pues Bernstein temía que cantantes profesionales le dieran un tono demasiado operático al musical. Tan desconocidos eran los artistas que en el cartel original de «West Side Story» se leían mucho más grandes los nombres de Bernstein, Sondheim, Robbins y Laurents que los de los protagonistas. En todo caso, haber seleccionado a los actores y comenzado los ensayos tampoco significó el fin del calvario. El director, Robbins, convirtió el escenario en un campo de batalla, de acuerdo con Carol Lawrence, que interpretó a Maria en la versión original: «Era un dictador. Intentó fomentar la animosidad y el antagonismo entre las dos bandas tanto sobre el escenario como fuera de él».
Además, existía entre los cuatro creadores una situación de tensión de la que nunca se habló. Y es que durante los llamados años del temor rojo, tanto Bernstein como Laurents habían sido puestos en la famosa lista negra de Hollywood que les etiquetaba como comunistas. De hecho, Bernstein fue «una persona de interés» para el FBI desde los años cuarenta, cuando le comenzaron a investigar y hasta espiar (en una ocasión se negaron a renovarle el pasaporte si no firmaba un documento asegurando que no era comunista). Robbins, por su parte, había estado en el «bando contrario», ya que fue uno de los que declaró ante el Comité de Actividades Antiestadounidenses, donde denunció a diez de sus compañeros del Partido Comunista, al que había pertenecido.
Finalmente, llegó la noche del estreno. Antes de inaugurarse en Broadway, «West Side Story» se presentó por primera vez ante el público en Washington D.C. el 12 de agosto de 1957. Allí estaban Bernstein y sus compañeros, conteniendo la respiración. Ninguno estaba convencido de tener un éxito entre manos. «Estábamos enamorados de los musicales, pero ninguno de nosotros pensó en las posibilidades comerciales del espectáculo. Creía que, con suerte, estaríamos en cartelera durante tres meses», afirma Laurents.
La actriz que interpretaba a Maria recuerda la reacción del público aquella noche al finalizar el «show»: «Corrimos todos hacia las candilejas para la reverencia. La cortina subió y no escuchamos ningún sonido. Y pensé: “¡Es un fracaso! Tenían razón”. Pero, de pronto, como si Jerry Robbins lo hubiera incluido en la coreografía, se pusieron de pie y comenzaron a gritar, a aplaudir, a dar pisotones. Nunca había escuchado algo como eso. Comencé a llorar. Leonard Bernstein caminó desde los bastidores hasta mis brazos y lloramos juntos». Poco después, el compositor escribió: «Toda la agonía, los retrasos y las reescrituras resultaron haber valido la pena».

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