A Godard le gustan jovencitas
París, 1966: en plena ebullición, lo mismo que las ansias de vida de Anne Wiazemsky, una joven de 19 años que se enamora perdidamente del cineasta y acaba casándose con él. Ella describe en la fresca y espontánea «Un año ajetreado» cómo fue su relación.. «Un año ajetreado». Anne Wiazemsky. Anagrama. 224 págs.,17,90 euros. (e-book, 13,99).
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He visto sus películas "Roma, ciudad abierta"y "Paisà"y me han gustado mucho.
He visto sus películas "Roma, ciudad abierta"y "Paisà"y me han gustado mucho. Si necesita una actriz sueca que habla muy bien el inglés, que no ha olvidado su alemán, que puede hacerse entender en francés y que en italiano sólo sabe decir "Ti amo", estoy dispuesta a hacer una película con usted». La encantadora declaración de amor de Ingrid Bergman a Roberto Rossellini parece hechizar, desde la distancia, la candidez de otra carta, escrita desde la pasión platónica de una actriz novata que, recién cumplidos los diecinueve, quedó prendada de un genio que se escondía tras unas gafas ahumadas y una vehemencia a prueba de gases lacrimógenos.
Podría pensarse que, tras trabajar con Bresson en «Al azar Baltazar» (1966), Wiazemsky no era fácil de impresionar, pero tal y como cuenta en la primera página de «Un año ajetreado», después de ver «Masculino femenino» tardó bien poco en escribirle a Jean-Luc Godard asegurándole que le amaba. No es difícil entender por qué el egocéntrico cabecilla de la Nouvelle Vague se dejó seducir por los elogios de ella: él, que seguía siendo ferviente admirador de Rossellini, debía de soñar con una musa que también bebiera los vientos por él. Tras separarse de Anna Karina, Wiazemsky venía a representar la sustituta perfecta, su ansiada Ingrid Bergman, y además la mujer que reproducía en la Francia pre-mayo del 68 el escándalo que el adulterio de la sueca había provocado en el estatu quo de Hollywood. ¿Wiazemsky, nieta de François Mauriac, uno de los intelectuales-símbolo de la burguesía gaullista, casada con Godard, el nuevo pensador de la militancia revolucionaria, veinte años mayor que ella?
Una chica que fuma y ríe
En este delicioso ejemplo de autobiografía pseudoficcionada, destaca la capacidad de Wiazemsky para volver a sorprenderse mirando el mundo con los ojos frescos de alguien que lo (re)descubre. Hay una inocencia, una candidez en la escritura, que de repente parece mitificar la bohemia de aquellos años con la mirada de una chica que fuma y ríe y estudia filosofía cada tarde en los cafés del Trocadero. Es, sin embargo, una impresión falsa, porque donde realmente Wiazemsky se la juega es tomando la foto de Godard, porque él solito se las apaña para encarnar las contradicciones de los intelectuales de extrema izquierda. Y lo mejor es que el retrato es cariñoso, entrañable, nunca da la impresión de ser fruto de la inquina.
En su primera cita Godard recoge a Wiazemsky con un reluciente Alfa-Romeo y le falta tiempo para jactarse de ello. Es sorprendente, en cuanto la novela narra el momento en que el cineasta francés está a punto de rodar «La chinoise» (1967), su manifiesto sobre el calado del marxismo-leninismo en los universitarios franceses, verdadera antesala fundacional del mayo del 68 y «summa cum laude» de lo que iba a ser el período militante de su filmografía y su colaboración con el grupo Dziga Vertov. Sabemos tanto de sus reflexiones sobre la imagen como ente pensante, sobre el cine como cadena de montaje, conocemos tan al dedillo esos soliloquios sobreimpresionados en aforismos desdoblados o al ralentí, en azul y en rojo, que sorprende ver su faceta más humana. Esto es, su acervado romanticismo, sus inseguridades amorosas, su preocupación paternal, su inmadura impulsividad y su enorme capacidad de seducción. Los episodios que cuenta Wiazemsky en la época en que se conocen, se casan, filman «La chinoise» en un piso de la rue de Miromesnil, revelan información inédita en el complejo retrato de uno de los creadores de formas más importantes del siglo XX.