Al romanticismo le cuesta vender
Dice Martín Caparrós que no hay escritor argentino importante que no haya muerto fuera de su país: Sarmiento, por ejemplo. Borges, Puig, Di Benedetto, Cortázar. El primero de todos, como no podía ser de otra manera, Esteban Echeverría, fundador, nada menos, de la literatura argentina. Autor de «El matadero», considerado el primer relato argentino, y que murió, iniciando una tradición, en Montevideo, solo y pobre, sin haber visto jamás impreso su relato. De él se ocupa Caparrós en «Echeverría», donde se siguen los pasos (sin ser, por suerte, un ejercicio de novela histórica) de este primer escritor argentino, primer romántico a orillas del Río de Plata, y que con su pluma se enfrentó al gobierno del general Rosas y su política de barbarie y de terror. Un terror llevado a cabo por la temible Mazorca, el grupo parapolicial que se encargaba de vigilar, castigar y degollar adversarios del caudillo federal.
Nacido en Buenos Aires en 1805, cinco años antes de que se produjera la Revolución de Mayo con la que se inició el proceso de independencia de lo que, años después, sería Argentina, Echeverría, que era hijo de un vasco de Vizcaya, creció bajo el espíritu revolucionario y antiespañol que se respiraba en la gran Aldea que era Buenos Aires. En 1825, no obstante, se marchó a París, donde se empapó de las tendencias artísticas de la época. Cinco años después, en 1830 regresó a Buenos Aires con la cabeza llena de ideas liberales y románticas.
«El romanticismo de Echeverría fue la primera gran ola cultural que llegó al Río de la Plata sin pasar por Madrid: que inauguró el canal parisino –señala Caparrós–, que se detiene, cronológicamente, en detalles luminosos que hacen de Echeverría un hombre cercano en el tiempo. Y que tuvo, curiosamente, entre sus premisas –aclara Caparrós–, la construcción de un imaginario nacional, nacionalista, hecho de particularidades, diferencias locales. La creación de una identidad fuertemente argentina fue el resultado de las ideas francesas, inglesas, alemanas».
Versos sin lectores
Ese espíritu romántico, sin embargo, según se desprende de la lectura del libro, no le resultó fácil a Echeverría, que tardó en encontrar lectores e interlocutores. De hecho, en 1831, un año después de haber vuelto a Buenos Aires, publicó unos poemas que muy pocos leyeron. Hasta que en 1837 vio la luz «La cautiva», un largo poema que contaba la historia de un soldado y de su mujer cautivos de los indios y su nombre comenzó a circular como símbolo de una literatura incipiente, acorde con la extensión del territorio y la expansión de un lenguaje nacional y argentino. Duraría poco. En 1840, después de haber formado parte del Salón Literario junto a Marcos Sastre y de la Asociación de Mayo, lo que provocó que el gobierno de Rosas la clausurara, empezó a escribir «El matadero», un texto breve, realista, que transcurre en un matadero de Buenos Aires alrededor de 1830 y con el que intentaba reflejar la barbarie, representada por los federales, y la civilización, encarnada por un joven unitario que es torturado por aquéllos. Lo concluyó en Montevideo, donde murió en 1851, después de haber escrito algunos textos sobre la realidad política de Argentina y sin haber visto publicado su relato.