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Bonnefoy, la infancia nunca se acaba

El poeta francés regresa a su niñez en un viaje en el que se funden los versos y la historia

Bonnefoy, la infancia nunca se acaba
Bonnefoy, la infancia nunca se acabalarazon

El poeta francés regresa a su niñez en un viaje en el que se funden los versos y la historia.

«La reflexión es memoria cuando se agrega a la necesidad de escribir», dice Yves Bonnefoy en un momento de «La bufanda roja», un libro hermoso, breve y profundo, en el que el destacado poeta francés, fallecido en 2016, emprende un viaje hacia el pasado de su vida a través de la poesía, la escritura y, por supuesto, de la memoria, ese lugar perdido en el tiempo y en el espacio y donde siempre seremos niños porque la infancia, como reflexiona el autor sin melancolía, «nunca se acaba».

Nacido en Tours en 1923, Bonnefoy vivió desde muy pequeño en un paisaje de soledad del que supo escabullirse inmediatamente gracias al ejercicio de la poesía y al cantar de las palabras (un refugio en el que descubrió, tal como recuerda, «cierta comodidad de vivir entre ellas, el interés por las cosas que nacen de su empleo»), pero también el encuentro con el silencio, un recurso al que apelan «aquellos que reconocen, aunque sólo sea inconscientemente, una nobleza en el lenguaje».

Esa nobleza, hecha de silencios y palabras, surgida desde las entrañas de la memoria o, usando el título de uno de sus libros, de ese territorio interior, es la que impregna las páginas del libro. Y Bonnefoy lo hace a partir de la memoria en la que habita su vida y de un viejo mueble de madera que había hecho su abuelo materno y que, como una magdalena proustiana, lo llevan, primero, a la escritura de unos versos, y, después, a una escena que, a lo largo del libro, el autor intenta descifrar: un hotel en Toulouse, un hombre viejo, un joven inclinado sobre el alféizar de una ventana y un detalle: una bufanda roja que perdura en el tiempo perdido y ahora recobrado por el incesante fluir de la memoria, de las palabras.

Con una escritura sólida, muy vívida, Bonnefoy se desliza entonces por la historia familiar, en la que resaltan las figuras de sus padres: un obrero en un taller ferroviario y una enfermera que había canjeado los hospitales por la docencia, y, también, de alguna manera, por la historia del siglo XX, pues describe los estragos de las dos guerras mundiales en el desánimo de la gente y en el suyo propio, que tras la muerte de su padre se llenó de poesía y de vacío.

«Tenía que entregarme a la forma en que la poesía, que es superior a nosotros, se fija como tarea acabar con nuestros fantasmas, que son solo sus extravíos», recuerda Bonnefoy mientras delinea la figura de su padre, ese hombre silencioso, distante, que tanto lo intrigaba de pequeño y hacía que se adentrara, tanto como fuera necesario, «en las regiones sombrías, donde crecen en abundancia los deseos más ordinarios». «La bufanda roja», así, no es únicamente el testamento literario de uno de los mayores poetas franceses de nuestro tiempo. Es la indagación, a través de la palabra y el silencio, de una memoria compartida que, al escribirse, se vuelve reflexión, emblema luminoso de un vínculo de sangre. O lo que es lo mismo: «Esa tela que dos hombres vieron desplegarse sobre el corazón del otro, un padre en presencia de su hijo».