Buscar Iniciar sesión

Cabrera espía a Castro

larazon

Creada:

Última actualización:

Resulta habitual, aunque no siempre afortunado, que tras la muerte de un escritor vayan apareciendo escritos inéditos que se irán publicando con mejor o peor acierto. Si el caso de Julio Cortázar, su correspondencia privada, textos dispersos y clases profesorales es ejemplar, el de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929–Londres, 2005) es sencillamente espléndido, un modelo de selecta recuperación póstuma de emblemáticas obras, ya inolvidables. «La ninfa inconstante» (2009) y «Cuerpos divinos» (2011) son novelas de soberbia factura, muy representativas de la mejor narrativa del autor de la ya legendaria «Tres tristes tigres». Esos dos libros se nutrían de ingredientes autobiográficos, melodramáticos y sentimentales, mientras que «Mapa dibujado por un espía» contiene el testimonio de una memoria personal, una denuncia de la dictadura castrista, la autojustificación de un distraído erotismo y una apología del intelectual libre y crítico que el mismo Cabrera creyó, con razón, encarnar sobradamente. Inicialmente titulada esta obra como «Ítaca vuelta a visitar» (así lo señala el esclarecedor prólogo de Antoni Munné), hallamos en ella la crónica de un regreso que no es solamente geográfico, sino también ideológico y vital, el relato de un proceso revisionista en el que el idealizado régimen comunista cubano se tambalea claramente en la conciencia y creencia de nuestro novelista, que acaba confirmando sospechas e intuiciones incubadas desde hace tiempo.
La madre muerta
En 1965 Cabrera Infante era agregado cultural en la embajada de su país en Bruselas; recibe aquí la noticia del agravamiento de la enfermedad de su madre; durante el apresurado viaje que emprende para estar a su lado recibe la noticia de su muerte. Ya en Cuba asistirá al entierro y los funerales, pero sobre todo, y lo que es más importante, irá constatando los serios desajustes de una revolución que se ha burocratizado y transformado en un Estado policial, construido con intrigas y delaciones, que gobierna sobre una población de alimentación racionada, atemorizada conciencia social y nulas expectativas de futuro. Ese cargo diplomático había propiciado una lejanía acrítica que se quiebra ahora al encarar el escritor la interesada colaboración, matizada complicidad, de muchos de sus colegas intelectuales con un régimen político que amordaza la libre creatividad artística. Fiel testimonio de estas vicisitudes personales, el libro avanza sobre la prohibición ambigua, velada, pero cierta, que le impide salir del país de regreso a Bélgica, donde le espera su esposa Miriam Gómez, hoy inteligente y generosa legataria de su obra literaria. Asistimos, a partir de ese momento, a un kafkiano recorrido por oficinas y despachos oficiales en busca de una solución. Nuestro novelista estaba pagando el precio de su cauta discrepancia, de su atinada crítica natural hacia un sistema revolucionario de abandonados principios e ideales. En estas páginas aparece toda una anecdótica real sobre una deficiente asistencia médica, la represión de la homosexualidad, el control de los estudiantes universitarios y sus contestatarias actitudes, la vigilancia mutua entre vecinos, amigos y hasta familiares y el conflictivo internacionalismo socialista, entre otros lacerantes asuntos. No es ésta una novela política en sentido estricto, aunque es evidente que su humor, desinhibición expresiva, perfecta dosificación de la trama y valiente detalle de expansiones sentimentales, se vinculan continuamente al tono de denuncia y desconcierto que vive su autor. Aparecen aquí, tratados de primera mano, los más señeros nombres del conflictivo mundo cultural cubano de aquellos años sesenta: hay referencias a Carlos Franqui, Haydée Santamaría, Heberto Padilla, Roberto Fernández Retamar, Lezama Lima o Virgilio Piñera conforman, entre otros, una significativa relación de problemáticos desencuentros. Merecen especial atención personajes como el intrigante, gigantesco y patibulario agente policial Aldama; el embajador en Bélgica, Gustavo Arcos, héroe de la Revolución seriamente represaliado por su disidencia política; y la misma Miriam Gómez, quien, en la distancia, marca la ruta emotiva de su descolocado marido. Y destaca también la matizada precisión con que se abordan temas como la suspicaz reticencia del castrismo hacia la figura del Che Guevara, la temible implantación social del concepto de «lo contrarrevolucionario», o el asumido bloqueo estadounidense.
Los interminables cuatro meses que duró esta desgraciada aventura se convertirán en un proceso iniciático hacia la clara oposición al régimen cubano, la decidida opción por la escritura libre y el exilio personal, en definitiva, del autor. Cabrera Infante no regresará jamás a su patria; aunque, por fortuna para sus entregados lectores, su auténtica nación fuera la mejor literatura, su intensa vocación intelectual.