Catton, cuestión de tablas
Un juego en una habitación de espejos puede ser eso, precisamente, un juego, o al revés una metáfora didáctica sobre el sentido último de las cosas. Eleanor Catton escribió esta primera novela como tesis de graduación para su máster en Escritura Creativa, y, así, deja en el lector la incertidumbre de si este escrito es un «tour de force» de un ejercicio de graduación o si realmente es el inicio de una carrera literaria. Uno piensa que la autora quiere precisamente dejar al lector con esa duda y conseguir esa suspensión de la seguridad con la que habitualmente éste sabe que está leyendo una novela. Eso podría ser, quizá, lo que en el fondo pretende Catton, que construye su obra «El ensayo general» como un pasillo de espejos: por un lado, una profesora de saxofón que será como el hilo del destino entre las alumnas de un instituto y los aprendices de actores de una escuela vecina al instituto. Una estudiante adolescente, Victoria, tiene una relación con uno de los profesores del instituto, Saladin. Por otro lado, uno de los estudiantes de la escuela de teatro, Stanley, estará implicado a la vez en una obra fin de curso donde se representará la relación de Victoria, y también en una relación con Isolda, hermana de aquélla.
Entre dos mundos
Stanley, o mejor su mirada introvertida y guiada por los chistes obscenos de su padre psicólogo, será el dialéctico personaje de novela de iniciación que mostrará al lector la dualidad de esos dos mundos: el instituto y la escuela de teatro. Catton nos enseña una amalgama de imágenes de las lolitas y de las teorías de Stanislavsky (descubrir la base sensorial del trabajo: aprender a memorizar y recordar sensaciones vividas o imaginadas por el actor para proyectarlas en los personajes) hasta alcanzar una paradoja donde verdad y ficción no tienen límites precisos, probablemente, de alguna manera, como siempre sucede cuando se vive para aprender el precio de los sueños.