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Clarice Lispector no pudo salvar a su madre

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Fallecida hace cuatro décadas, la leyenda de la autora de «La hora de la estrella» no hace sino agigantarse. «Clarice Lispector procedía de un misterio y regresó a otro», resumió el gran poeta Drummond de Andrade en 1977, cuando murió con 57 años esa extraña mujer que se parecía a Marlene Dietrich, escribía como Virginia Woolf y reivindicaba su «habitación propia». Junto a Jorge Amado fue la voz más asombrosa de la literatura brasileña del siglo XX, pero, como se pregunta su biógrafo, Benjamin Moser, en este impagable volumen: ¿cómo puede una persona que vivía en una ciudad de Occidente, a mediados del siglo XX, que concedía entrevistas, vivía en un bloque de apartamentos y viajaba en avión, seguir siendo tan enigmática? En ese punto ciego nos quedamos todos los lectores, a falta de datos y otros fáciles adjetivos para definirla tales como hermética, oscura o esquiva... Para comprender buena parte de su obra y de su paso por el mundo, Moser desentraña parte de su ignorada biografía que revela muchas claves.
Nació el 10 de diciembre de 1920 en el seno de una familia judía de Chechelnik (Podonia, Ucrania) y su verdadero nombre era Chaya. Su padre, Pinkhas, abandonó un futuro prometedor como matemático y su madre, Mania, procedía de una acomodada familia de comerciantes. Tras la revolución bolchevique, su abuelo era asesinado y su madre, que entonces tenía dos hijas, fue violada por soldados rusos que le contagiaron la sífilis. Fue entonces cuando su familia huyó de Ucrania y cruzó todo el continente en busca de un futuro mejor. Ante la imposibilidad de acceder a un tratamiento médico ortodoxo, los padres recurrieron a las creencias ancestrales y Clarice sería concebida para curar la enfermedad venérea de su madre, hecho que sale ahora a la luz. «Fui creada adrede: con amor y esperanza. Pero no curé a mi madre. Y hasta el día de hoy, me pesa esa culpa. Les fallé», recordaba con dolor la autora. Su madre murió ocho años después. Es entonces cuando empieza a recurrir a su imaginación y da paso a la escritora que lleva dentro.
Se licenció en Derecho, trabajó como periodista y a los 23 años publicó su primera novela, «Cerca del corazón salvaje», con la que cautivó a los críticos de la época. Pero cometió el error de enamorarse de un joven que terminó ejerciendo de diplomático. Ella quedó apresada en la perfecta vida de casada hasta que en 1959 abandonó a su esposo en Washington y regresó con sus dos hijos a Brasil.
Genial, convulsa, aplastante, una narradora que va más allá de cuantas etiquetas que han querido colgarle y que escribió sobre todo y prácticamente de todo, pero, en el fondo, solo quiso plasmar en tinta su deseo de salvar la vida a alguien, probablemente la suya. La autora a la que solo le quedaba «ladrar a Dios» y que en venganza por la muerte de su madre abandonó todo rastro de fe, no pudo por menos que conectar su obra con la de Santa Teresa y San Juan de la Cruz «por llegar a las tinieblas del alma». En el fondo la sostenía una fuerte vocación mística a la que se fue aproximando, igual que a Dios. Poco antes de morir a la edad de 57 años en un hospital de Río de Janeiro dijo: «Se muere mi personaje». De esta manera logró convertirse para siempre en todo su arsenal de tinta. Una obra completada con esta magnífica y necesaria biografía que nos acerca más su enigmático universo artístico.