Disperso policiaco en el distrito XIII de París
La creadora del comisario Jean-Baptiste Adamsberg, Fred Vargas, vieja conocida de los amantes del «polar» francés, vuelve después de cuatro años de silencio con «Tiempos de hielo», su esperado undécimo «rompol», neologismo inventado por los críticos franceses para denominar sus atípicos «roman policier». Para sus numerosos lectores y fans, la vuelta del comisario Adamsberg y sus variopintos ayudantes de la comisaría del distrito XIII de París es motivo de gozosa celebración. Para los lectores ocasionales de Fred Vargas, todo un descubrimiento del desconcertante y surrealista mundo detectivesco de esta autora francesa que firma con un pseudónimo masculino.
Es evidente que el comisario Adamsberg tiene tendencia a la ensoñación y su creadora literaria a urdir tramas insólitas, con varios cabos enrevesados que desenredar. Tan cierto como la tendencia de autora y protagonista a saltarse la lógica del relato, en el sentido tradicional, y trazar un mundo personal que a medida que avanza la acción y el lector se acostumbra a sus diálogos interminables, a su lógica desconcertante y al enfoque irreal de la «novela enigma» acaba encontrándole el quid al relato, incluso ese punto G que despierta en el lector, aturdido por las derivas abstrusas del relato, un mundo excitante que pide ser disfrutado en su bizarra singularidad.
Sin pretender ser exhaustivo, a Fred Vargas no la guía sólo el deseo de contar un caso policiaco sino crear atmósferas extrañas, irreales, de cuento de hadas semi-desplazado. El relato de situaciones divertidas que apelan a una réplica teatral de la «historia vivida», con la asociación de admiradores de Robespierre, hasta configurar un relato complejo y disparatado que engarza con una trama dispersa. Tal cúmulo de irrealidades, con toques melodramáticos de folletín, acaban por confluir en el comisario Adamsberg, eje sobre el que pivota la narración y la resolución del caso.
Un relato que el lector ve tejerse a medida que avanzan las tramas colaterales hasta llegar a un punto, entre la pedantería y la incongruencia, en el que debe confiar en que la autora será capaz de unir todos los cabos y resolver un enigma que se extiende como un rizoma proliferante.
Un arma de doble filo
Lo subyugante de las intrigas policiacas de Fred Vargas es su clima onírico, tan disparatado y extenso como un puzzle a escala real. Siendo esa su mayor virtud, es a su vez el mayor de los defectos de «Tiempos de hielo»: la dispersión del argumento y el encaje final de las piezas que el comisario Adamsberg engarza de forma magistral con los argumentos previsibles que le dictan su lógica aplastante. En resumen, es como si a las «novelas enigma» de Agatha Christie se le viniera encima un alud de lógica cartesiana mezclado con la reviviscencia alambicada de la Revolución Francesa versión «son et lumière». Todo tan parisino como la torre Eiffel.