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Edwards lo enseña todo

El gran escritor chileno publica el primer volumen de su autobiografía «Los Círculos morados». Jorge Edwards. LUMEN. 384 págs,. 20,90 euros
larazon

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Si Kafka y Montaigne se sentaran juntos frente a un espejo quizá viéramos en el azogue la imagen de Jorge Edwards. Curiosamente, la mirada autoburlona y metafórica, ligeramente distante del hormiguero humano, del praguense, amalgama en el caso del novelista chileno Jorge Edwards con el discurso, quizá el único que vale la pena leer después de los sesenta años, del ensayista francés, que fue el primero en decir que iba a hablar desde su yo, y al que recientemente dedicó Edwards un magnífico libro, «La muerte de Montaigne». Porque la característica esencial de Edwards es su mirada relativista y liberal sobre el mundo: hijo de una de las mejores familias chilenas, discípulo de los jesuitas, vividor de la bohemia, amigo del Neruda stalinista, fue el primer intelectual de peso que se atrevió a criticar a Castro y a definir su dictadura en «Persona non grata» (1973), demostrando un inusitado coraje, pues entonces la condena al ostracismo era segura para quien criticara el «paraíso» cubano de Castro.
Batallas de escritores
Jorge Edwards, premio Cervantes 1999, escritor, crítico literario, periodista y diplomático chileno, acaba de publicar este primer volumen de memorias: «Los círculos morados», que llegará a las librerías el próximo 17 de enero, y fascinará al lector interesado en la construcción del escritor adolescente, en la raíces sociales de Chile, en las batallas de los escritores (como arbustos que pugnan por alcanzar el sol en medio de la selva de los viejos árboles), aportando lo mismo las claves para entender sus primeras obras como detalles crudos de su iniciales actividades sexuales o de las escenas de pederastia que tuvo con uno de sus profesores. Como recomendaba el propio Montaigne, nada esconde, todo lo comprende, sabiendo que el tiempo es el mejor médico y la vida la maestra implacable en el viaje a Itaca que a todos nos toca hacer.
Esos «círculos morados» (que menciona cuatro veces en este volumen) eran las «huellas moradas que dejaba el vino en sus labios», y que de alguna manera simbolizan la letra escarlata que marcaba en el joven de buena familia la huella delatora de un futuro de escritor. Y así, por estas páginas, como en un desfile de espejos del Callejón del Gato, irán pasando parientes que se darán a la mala vida, escritores pequeños y vidriosos, mezquinos empresarios y «fuerzas vivas» que acabarán trayendo al general émulo de Nosferatu... Lugares de Santiago de Chile como el Cerro Santa Lucía, también simbólico, de jardines ordenados durante el día, pero tomado por la noche por las parejas y la mala vida, que espiaban en su juventud Edwards y sus amigos.

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