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El cadáver tiene la respuesta

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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La antropología forense, tan de moda por la serie «CSI», es una ciencia reciente. La entomología comienza en 1955 con los trabajos de Mateo Orfila, padre de la toxicología, y J.P. Mégnin, autor de «La fauna de los cadáveres», en la que se estudian los insectos y fauna edáfica que devoran el cadáver para calcular cuánto tiempo lleva muerto. Pero es a partir de 1971 cuando William Base, jefe del departamento de Antropología de la Universidad de Tennessee, empieza a estudiar en un trozo de tierra cómo se produce el proceso de descomposición de los cadáveres. Allí crea el complejo de Antropología Forense, conocido popularmente como «La granja de cuerpos», título de la novela de Patricia D. Cornwell (1994) en la que la doctora Kay Scarpetta investiga un caso de asesinato en ese lugar.
La referencia al personaje de Scarpetta, la primera detective especializada en medicina legal de ficción, es obligatorio. De ella parten las novelas y series de televisión que han puesto de moda la antropología forense. El novelista inglés Simon Beckett, periodista de sucesos como Patricia D. Cornwell, escribió un reportaje sobre «La granja de cuerpos» de Tennessee, lugar macabro pero inspirador de las intrigas forenses protagonizadas por el perito David Hunter. La primera fue «La química de la muerte» y acaba de traducirse su secuela, «Entre las cenizas». Dos títulos más esperan en inglés: «El susurro de los muertos» y «La voz de los muertos».
Terror en la isla
La idea de unir a un detective excéntrico con un médico ingenuo es tan vieja como el género. Es el Dr. Watson quien relata sus aventuras y aconseja científicamente al problemático Sherlock Holmes. Los cambios en la saga de David Hunter son escasos, pura adaptación a la moda imperante, pero nada que afecte a la estructura de la novela de detectives: investigación científica por el forense y, tras la identificación del cuerpo calcinado, las pesquisas para descubrir al criminal como en cualquier «whodunit» o novela rompecabezas. En la segunda aventura del perito forense David Hunter, Beckett ha escogido Runa, en las Hébridas Exteriores, una isla del norte de Gran Bretaña agreste y con una endemoniada climatología. Vientos huracanados. Tormentas. Frío polar y aislamiento. Como el «huis clos» de intriga criminal «a puerta cerrada» de «Shutter Island», de Dennis Lehane, o la más reciente del francés Emmanuel Grand, «Final de trayecto», cuya acción transcurre en una isla bretona. La trama forense del autor es un ejercicio atmosférico brillante. Con un inicio pausado, cuya tensión va aumentando hasta conseguir un clímax de angustia y suspense realmente excitante. Hay un bache en la parte central que remonta en su tramo final, pero se pierde con los consabidos giros argumentales, sorprendentes si no fueran ya meros clichés.
Con una prosa pausada y narrador en primera persona, Beckett escribe un relato vibrante, en el que, sin estridencias, relata los crímenes y sus análisis forenses con meticulosidad, mientras crea a su alrededor un submundo de lugareños bien dibujados. Ésos son sus mayores méritos: una intriga precisa; personajes literariamente singularizados; suspense muy bien dosificado; atmósfera envolvente y macabra, y la resolución del enigma planificado con el necesario tiempo de cocción narrativa para resultar intrigante pero excesivamente discursivo. Casi pluscuamperfecta. Le pierde su pasión por las fantasmagorías con resabios góticos y el melodrama.