Literatura

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El culto al club de los escritores nerviosos

La literatura más eléctrica gana adeptos entre los nuevos lectores

El autor de ciencia ficción Philip K Dick
El autor de ciencia ficción Philip K Dicklarazon

Hay diferentes tipos de escritores, como hay diferentes razas de perros y gatos. Dentro de las múltiples subcategorías en las que se pueden dividir a los novelistas, existe una evidente, la de los autores nerviosos.

Hay diferentes tipos de escritores, como hay diferentes razas de perros y gatos. Dentro de las múltiples subcategorías en las que se pueden dividir a los novelistas, existe una evidente, la de los autores nerviosos. Son aquellos para quienes la escritura no es más que la respuesta a un desequilibrio, que puede o no relajarse gracias a la escritura. Por tanto, crear es una pulsión nerviosa, casi como un grito. Si olvidásemos las historias que explican, podrían sustituirse todas sus palabras por signos de exclamación. Su brillantez radica en que, como la escritura responde a una pulsión interior, todos tienen una forma única de hacerlo, un estilo propio. Todos los autores buscan la ansiada voz propia. Éstos autores la tienen por sí. Su esfuerzo es buscar su grito propio.

Los ejemplo prototípicos y del que nacen todos en el siglo XIX son Dostoievsky y Edgar Allan Poe, pero es en el siglo XX y, sobre todo, en la novela de género donde se ven los ejemplos más claros. Digamos que el desequilibrio es tan grande que siempre es más fácil apoyarse en los códigos estrictos del género para encontrar un soporte, aunque sólo sea para luego tirarlos todos por tierra. Da igual que sea ciencia ficción, novela negra, histórica, el género sirve para tener esa casa donde poder controlar un poco mejor toda su locura.

El ejemplo más claro es Philip K Dick, el gran icono de la ciencia ficción más aluciada y paranoide. Escribió 36 novelas, de «El hombre en el castillo» a «Ubik», todas nerviosas, todas con esa sensación de agitación interna, que indagan en lo fácil que es manipular la realidad y cómo podemos estar constreñidos por esa manipulación. La editorial Cátedra acaba de recuperar uno de los pocos títulos casi inéditos en castellano del autor. Se trata de «Gestarescala», distopía jungiana donde dejó patente su nueva pasión por los mitos y la espiritualidad. ¿Existen religiones nerviosas? Sí, la dickeniana.

Otro ejemplo claro de escritura nerviosa dentro de la ciencia ficción es Alfred Bester, hermano mayor de Dick, y quien trufó sus historias de personajes al límite, llenos de furia, desequilibrio y ansia de venganza. Tanto «Las estrellas, mi destino» como «El hombre demolido» son obras maestras de literatura con fiebre.

Lo que Philip K Dick es a la ciencia ficción, John Franklin Bardin es a la novela negra. Tras la muerte de su padre, tuvo que abandonar la universidad y convertirse en el matón de una sala de patinaje, mientras se veía obligado a internar a su madre en un centro psiquiátrico debido a una esquizofrenia paranoide. Su trilogía formada por «El percherón mortal», «El final de Philip Banter» y «Al salir del infierno» te sitúan en la mente alucinada de unos protagonistas siempre al borde del abismo. Imaginativo, surrealista, libre, sus novelas son como pinzamientos nerviosos que en vez de incomodidad crean maravilla.

Y si Bardin es Dick, Jim Thompson sería Bester, con novelas como «1280 almas» o «El asesino dentro de mí» capaz de demostrar que el exterior, cuanto más amable, puede esconder el infierno interior más devastador. Los «malos» de Thompson son genios manipuladores con una violencia contenida con tanta dificultad que, cuando estalla, devasta todo lo que tiene cerca. Pocos han sabido meterse con tanta claridad en la cabeza del mal , con tanta claridad que obliga a la pregunta, ¿qué demonios tenía en la cabeza este escritor? No es raro que muchos lo consideren el mejor escritor de novela negra.

Un primo hermano de Thompson, quizá no tan nervioso, pero casi igual de brillante es David Goodis. En «Viernes 13», su protagonista se ve obligado a fingir y comportarse como un frío criminal para no acabar en la basura con un tiro en la espalda. Todo tiene que ser medido, toda frase estudiada, sino quiere demostrar debilidad. La tensión es tan grande que uno lo lee con los pelos de punta y con ganas de dar patadas.

Dentro de la literatura de terror hay mucho ejemplos, pero uno poco conocido, pero estremecedor es Leonard Cline. En «La estancia oscura», un hombre fautiano intenta recuperar todos los momentos de su vida a través de estimular hasta la atrofia la memoria a través de drogas, olores, música, objetos, etc. Su experimento funciona, pero empieza a funcionar cada vez mejor hasta que llega a memorias heredadas hasta alcanzar recuerdos de tiempos prehumanos. Hasta su perro huirá aterrado al verle el rostro descompuesto e ido.

Otro genio de la novela fantástica, y también de la histórica es Leo Petutz, del que la editorial Libros del Asteroide acaba de recuperar «De noche, bajo el puente de piedra». Deprimido y enloquecido tras la muerte de su esposa, consiguió recuperarse para escribir obras aplaudidas por el mismísimo Borges, que sería otro tipo de escritor, por supuesto. En «El maestro del juicio final» nos descubre una epidemia de suicidios que se remonta en el tiempo que pone los pelos de punta. Nervios y más nervios.