Crítica de libros

El primer televisor de Manuel Vila

El primer televisor de Manuel Vila
El primer televisor de Manuel Vilalarazon

Desde que en 1919 Franz Kafka publicara «Carta al padre» ha cobrado fuerza esta temática paternofilial, centrada en las impresiones y recuerdos de un escritor que reconstruye la figuración de su progenitor. En nuestra narrativa cabe citar libros como «El olvido que seremos» (2005)m de Héctor Abad Faciolince, «Tiempo de vida» (2010), de Marcos Giralt Torrente o «El balcón en invierno» (2014), de Luis Landero. Se trata de una escritura autorreferencial proyectada sobre un universo familiar que, idílico o problemático, forma la identidad del narrador, ha construido su imaginario moral y golpea con insistencia la conciencia de su presente. En esta línea, Manuel Vilas (Barbastro, 1962), poeta y narrador heterodoxo, transgresor y visceral, ha escrito «Ordesa», un curioso artefacto literario mezcla de relato testimonial, autobiografía, experiencia fabulada, meditación vital y novela de no-ficción. Se inician estas páginas con la presencia –escéptico convidado de piedra– del autor en la concesión del Premio Cervantes a Juan Goytisolo; con este episodio pretextual nos situamos ante el tono entre estoico y cínico, tierno y desabrido, áspero y sentimental que recorre todo el libro.

Entorno social

A partir de aquí se desencadena un proceso rememorativo que, desde la infancia al adulto presente, combina lacerantes vivencias personales con un ajetreado entorno social: costumbrismo de clase media, canción del verano, el primer televisor, el Seat 600, la esperanzada. Transición política, la docencia en la enseñanza media y su desengañado abandono, un divorcio desgarrador, la dedicación literaria exclusiva y vocacional, la muerte de los seres queridos o la expectativa vital de los hijos. En una instantánea, porque encontramos aquí también un pequeño álbum fotográfico familiar, puede verse al padre del autor: trajeado, seguro y bien plantado, parece que absorto en el liado de un cigarrillo, en una actitud de serena firmeza, quizá anhelantemente envidiada por el hijo, rastreador éste de una identidad acogedora, mitificada con el paso del tiempo, evocada con melancólica devoción. Impresiona el estilo de inquietante conformidad, de-sengañado nihilismo y hosco desarraigo que recorre la obra, bordeando el desequilibrio emocional pero mostrando también momentos felices. Por los bares de Zaragoza el narrador encuentra a Perico Fernández, aquel boxeador que fuera flamante campeón mundial de pesos ligeros en los años setenta; un episodio este de imprescindible lectura, en su deslumbrante cruce de éxitos y fracasos. Resulta escalofriante la sentenciosidad de incisivos asertos: «Somos compositores de la música del olvido», «El dinero es la poesía de la Historia» o «El mayor misterio de un hombre es la vida de aquel otro hombre que lo trajo al mundo». Un epílogo poético corrobora la sentimentalidad lírica que recorre el volumen. En él ha quedado fijada la imagen de esa pareja, padre e hijo, en iniciático viaje al oscense valle de Ordesa, en mutua búsqueda de sus respectivas identidades.