Música

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El rock como nunca se lo contaron

El rock como nunca se lo contaron
El rock como nunca se lo contaronlarazon

Lo sabe perfectamente Greil Marcus: enseñar la historia del rock & roll en diez canciones es tan imposible como aprender inglés con 1.000 palabras. Sin embargo, el título, además de efectivo, no es del todo mentiroso. Hay canciones cuya vida y conexiones explican con su existencia mucho más de lo que sus letras ingenuas quieren decir, así que el atrevimiento del autor no es una «boutade» sino un intento de contravenir la historia oficial de rock. El anzuelo que con este ensayo lanza Marcus, uno de los mayores expertos en la historia de la música (autor, entre otros, del fundamental «Mistery Train») y un gran escritor, puede interpretarse como una provocación y, desde luego, como un entretenido ejercicio, como son siempre las listas. Hay que aclarar que no busca las diez «mejores» canciones de la historia, sino diez que dibujen un arco del tiempo (incluso las desordena cronológicamente) y que, a partir de las reencarnaciones de esos temas, cuenten una historia y sean prueba de la esencia de la música: un aquí y ahora encadenado al infinito. Así que no esperen ningún nombre canónico, no aspiren a coincidir. Con Greil Marcus nunca se sabe dónde podemos terminar.

De la misma manera que al melómano medio «Shake Some Action» (Flamin’ Groovies)» le resulta tan desconocida como prescindible –¿será un capricho de Marcus?– y ocupa el primer capítulo del libro, es indudable que «Transmission» (Joy Division) sintetiza un tiempo, el de toda una generación desorientada que, en el rincón de un país y de un tiempo (Glasgow, comienzos de los 80), concentran la expresión de una energía universal. Ian Curtis y los suyos tomaron el «que te jodan» del punk y lo convirtieron en el lema «estoy jodido»: «Dijo que la vida era terrible. Yo quería levantarme y decírselo a la gente». Así que, si la primera canción que elige Marcus es la música que Nietzsche habría definido como apolínea, como un ritmo que es en sí mismo un argumento para la vida, no hay duda de que la canción de Joy Division es un impulso dionisiaco, procedente de un hombre encantador con un infierno privado y que un día se para, mira alrededor y se da cuenta de que todo lo que conoció ha desaparecido. Y se ahorca en su cocina antes de empezar la que habría sido la primera gira americana de su grupo. Esa canción va mucho más allá de su propia existencia, muta en profecía y epitafio. Las medallas que tiene Marcus como analista cultural son merecidas, y por eso el volumen no trata sólo de una lista de canciones. Las referencias abarcan a Faulkner, Ballard, las tres versiones que se hicieron de la película «Brighton Rock» y Brad Pitt. Y por supuesto que no son diez temas solamente. Cada melodía llama a sus parientes lejanos. La tercera es «In the Still of The Nite», grabada primero por The Five Satins (un conjunto negro de doo wop) y años después por The Slades (blancos, en este caso). Para Marcus, ésta es la historia de cómo gente diferente puede llevar la misma pieza a otra galaxia. Aunque no deja de ser curioso que la primera versión tenga 5 millones de visitas en YouTube y la segunda, la que le gusta a Marcus, sólo 363, el autor defiende que hay composiciones que abren una grieta en el tiempo y pueden cambiar algo en el futuro cuando antes no fueron más que una flor de estación. Eso es exactamente lo que le ocurre a «All I Could Do Was Cry», de Etta James, interpretada por Beyoncé en la investidura de Barack Obama en 2009. Etta James, que tuvo una vida en las antípodas de la omnipotente diva del pop, murió en 2012 con la amargura de no haber sido ella la que cantase aquella noche, la del primer presidente negro de la nación. Es como si la canción tuviera planes propios. Contando esa historia, Marcus nos lleva a través de los métodos del sello Chess, de la misma manera que cuando aborda la vida de Buddy Holly («Crying, Waiting, Hoping» es la siguiente) y Robert Johnson, dibuja dos bocetos que estudian la formación del mito. Del primero destaca su normalidad («Elvis era un agujero negro; Holly, gravedad terrestre») y su impronta en los Beatles, y del segundo, su huella en Dylan, aunque con mucha malicia imagina cuánto hay de fantasía y de repetición en el viejo cuento de que Johnson –otro de los elegidos por Obama para actos oficiales– vendió su alma al diablo para aprender a tocar la guitarra, y por eso fantasea con el músico llegando vivo a producir «Straight Outta Compton» de los raperos N.W.A. Sí, también hay fición en esta obra, cuando Amy Winehouse surge convertida en profesora de escuela.

Al alcance de la mano

«Money (That’s What I Want)», de Barret Strong reinterpretada por los Beatles, «Money Changes Everything», de The Brains y reformulada por Cindy Lauper, «This Magic Moment», escrita por Doc Pomus y Mort Shuman e inmortalizada por Ben E. King y The Drifters; la experimental «Guitar Drag» de Christian Marclay y finalemente To Know Him Is to Love Him» de Phil Spector, que Amy Winehouse hizo suya cincuenta años después, completan la improbable lista de Marcus, que busca demostrar que el rock and roll está naciendo en todos los lugares, todas las mañanas. En la era en la que toda la música (o casi) está al alcance de la mano, se hacen más necesarios los conocimientos de hombres como Marcus, que nos descubran los subtextos y nos distingan las verdaderas canciones de los balbuceos.