El viajero estético
Que la cultura popular del siglo XX bebe de Corto Maltés está a la vista: los posters, las chapas y las tazas conforman al icono. Pero el marinero de Hugo Pratt es antes que eso un gran viaje, un abrazo a lo ignoto, al corazón de las tinieblas, a los continentes y mares de Kipling, Salgari, London y Verne. Al contrario que éste último, que nunca salió de casa, Corto Maltese trasladaba la experiencia del viajero incansable que fue Pratt. El veneciano, heredero de Milton Caniff y Alex Raymond, se alejó del patrón literario algo naïf de Hergé para navegar de África a Siberia con un lobo de mar que, cigarro en boca, disparaba ametralladoras, visitaba burdeles y rompía corazones. Carismático y viril, Corto no se casa con nadie pero no rehúye socorrer al débil y alinearse con el bien. Es un héroe ético y estético que, a falta de línea de la suerte en su mano, trazó siempre su destino sin ataduras. No ha habido «fumetti» –toda la línea de Bonelli, que fue su editor– ni «bd» o tebeo de aventuras posterior que no le tenga entre sus referentes. Hermann, Cothias y Juillard, Gir –una influencia de ida y vuelta–, Milo Manara, quien se dio a conocer homenajeándole, nuestros Manfred Sommer y Alfonso Font o, en otros terrenos, Spielberg, Pérez Reverte y Umberto Eco, no serían los mismos sin la huella de Pratt.