Entre el orden y el caos
Jordan B. Peterson era hasta hace poco tiempo un psicólogo clínico y profesor canadiense que había publicado un extenso trabajo académico sobre la estructura de las creencias. Empezó a ser popular con sus charlas en YouTube, de estilo a la vez informal y serio. Su público sigue con fidelidad las observaciones de este hombre agudo sin histrionismo que tiene el arte de parecer lacónico cuando habla sin parar durante horas. Con la celebridad llegaron casi al mismo tiempo las polémicas y se convirtió lo que en Norteamérica llaman un «guerrillero cultural», habiéndose comprometido en la crítica de algunos de los dogmas más intocables del catecismo progresista postmoderno, como son la igualdad entre hombres y mujeres o la fluidez del género. Y se ha ganado una fama sulfúrea de reaccionario que cultiva con perspicacia.
Resultado de todo ello es el libro «Doce reglas para vivir», con un subtítulo revelador: «Un antídoto al caos». Va escrito con una combinación atractiva de complejidad sintáctica y densidad y eclecticismo cultural: a Peterson le gustan los libros de biología, los estudios de psicología y los grandes relatos, desde el Génesis hasta «Harry Potter». También recurre a cierta desfachatez estilística venida de su gusto por la palabra hablada, lo que le da un tono actual bastante entretenido.
Enderézate
«Doce reglas para vivir» es, antes que nada, un manual de autoayuda con consejos explícitos: «A la hora de hablar, exprésate con precisión», «Enderézate (a los niños de mi generación nos decían “ponte recto”) y mantén los hombros hacia atrás», «Di la verdad». La novedad, más que en las imágenes o en los ejemplos (lo de los hombros va referido al comportamiento de las langostas), estriba en la complejidad de la argumentación y sobre todo en el concepto que sostiene la coherencia del texto y la de las conductas propuestas. Peterson hace un llamamiento al sentido común, extraviado en un mundo hiperideologizado, y a la naturaleza. Es aquí por donde más se le ha atacado, en particular, cuando habla de igualdad o de relación entre los sexos. Ahora bien, Peterson no recurre a la naturaleza como una fuente de normativa moral, fija para siempre. Más bien avisa, en términos conservadores y flexibles, de los peligros que corren quienes se enfrentan a ella. Al menos habremos de ser conscientes de que entre los dos principios de orden y de caos que presiden la vida de los seres humanos, el horror al segundo no resulta menos importante que fundirse en él, tal como fingen hacer quienes salmodian, como los antiguos budistas, que nada tiene sentido.