Analizamos su evolución
20 aniversario de la boda de los Reyes: así han cambiado Don Felipe y Doña Letizia
En este tiempo, la pareja ha sabido conectar con los españoles y coger el timón en tiempos de marejada política
Decía Carlos Gardel en el tango «Volver» que «es un soplo la vida, que 20 años no es nada». Los que ya peinamos canas sabemos bien lo rápido que pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando, en medio de la lluvia, los invitados de la Familia Real, atravesaban el espacio entre el Palacio Real y la Catedral de la Almudena. En aquel momento, todo eran esperanzas e incógnitas. Llegaba un nuevo miembro a la Familia Real, Doña Letizia. El cómo se adaptaría a una tarea tan distinta a aquella para la que se había formado despertaba -naturalmente- incertidumbres que, poco a poco, se fueron disipando.
Dicen los expertos que, al igual que existen las bodas de plata -25 años- o las de oro -50 años- las que conmemoran 20 años se denominan «de porcelana». La porcelana es un material delicado que conviene cuidar con mimo. Al igual que debe hacerse con un matrimonio en el que las pequeñas ramitas cotidianas deben alimentar el fuego del amor, compuesto -entre otras cosas- de comprensión y perdón. Celebrar veinte años de matrimonio es un momento para mirar atrás pero también -y especialmente- para aprender de lo acontecido y afrontar con ánimo renovado el futuro.
Decisiones difíciles
Don Felipe VI y Doña Letizia han navegado estos años por aguas a veces procelosas, pero siempre estimulantes. Él, fruto de esa «educazione al ruolo» propia de los príncipes herederos, había absorbido ya múltiples lecciones que lo habían conformado y preparado para su papel futuro. Una formación intensa, exhaustiva, exigente y ardua, necesaria para afrontar decisiones difíciles como -de hecho- son las que ha tenido que arrostrar en estos años. Ella, por el contrario, estaba destinada en principio a seguir los pasos iniciados por su abuela paterna María del Carmen «Menchu» Álvarez del Valle, periodista radiofónica, y de su tía abuela Marisol del Valle, también periodista radiofónica y profesora de Comunicación Audiovisual. Pero el hombre propone y Dios dispone. Se conocieron, se enamoraron, se unieron en matrimonio y han dedicado sus vidas al bien de España.
Don Felipe, con la ayuda de ella, ha aprendido a enfrentarse a los discursos públicos con mayor soltura, sin miedo escénico. Ella, ha asimilado la necesidad de la prudencia en la expresión y de -sin perder su autonomía y personalidad- ser apoyo y firme sostén del monarca. Los matrimonios son una forma íntima de equipo. Cuando ambos consortes, como es el caso, trabajan en la misma empresa, en el mismo proyecto, digamos, «profesional» -aunque cada uno tenga su propia función- no cabe la diacronía, sino que se impone una obligada concordancia de anhelos e ilusiones. Cada uno de los reales consortes, estoy seguro, tiran del carro en la misma dirección y en idéntico sentido, aunque con medios e idiosincrasias diferentes. Circunspección y fresca soltura se aunaron contagiándose uno de la otra y viceversa.
Quienes nos dedicamos a la historia del protocolo, del ceremonial y de la etiqueta hemos detectado una creciente simplificación en ciertas formas tradicionales, menos empleadas ya en las recepciones en las que los Reyes están presentes. Hasta hace unos años el Rey besaba la mano, no solo a otras soberanas o princesas, como sigue haciendo ahora, sino a muchas otras señoras de cierto estatus. De igual modo, las señoras hacían la reverencia ante los reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, el Príncipe y las Infantas. Los señores inclinaban la cabeza ante el Rey y besaban la mano de la Reina. Estas costumbres se han ido perdiendo hasta casi desaparecer. Esa evolución parece signo de los tiempos, aunque algunos románticos nos resistamos a vislumbrar la necesidad de tal «aggiornamento», no viendo incompatibilidad alguna entre modernidad y tradición.
Ella empezó desde muy pronto a ser un icono de la moda, embajadora de los diseñadores españoles dentro y fuera de nuestras fronteras. La imagen es fundamental y la Reina tiene un indudable estilo que favorece la imagen de España. Uno es lo que transmite y el adecuado atuendo, a la vez que una perpetua sonrisa -haga frío o calor, se esté cansado o no, nos gusten más o menos nuestros interlocutores- son un «must» en los miembros de la Familia Real, no solo del Rey y de la Reina sino también de la Princesa de Asturias y de la Infanta Doña Sofía. Los queremos recordar siempre así aunque no debamos olvidar que otras veces es necesario llorar junto a los que lloran, como vimos a Don Juan Carlos y a Doña Sofía en momentos de gran aflicción.
Como cantaba el citado tango gardeliano «las nieves del tiempo platearon mi sien» -la sien de Don Felipe- y le confirieron aplomo. Doña Letizia, más segura en un ambiente que hace veinte años no era el suyo, sabe que el ejemplo arrastra y que el mejor ejemplo es la alegría de celebrar una veintena de años de constancia, sacrificio, dedicación y amor.
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