La pasión china
Hilary Spurling reconstruye con minuciosidad la vida de Pearl S. Buck. «Pearl S. Buck. Enterrar los huesos». Hilary Spurling. Circe. 398 páginas, 22 euros
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Sai Zhenzh fue su nombre chino, el mismo que está inscrito en su sepultura, bajo un fresno del jardín de su casa en Vermont desde 1973, y hoy su legado se mantiene vivo gracias a la Fundación Pearl S. Buck, que acoge y educa a niños amerasiáticos indigentes. Pues estas constituyeron las pasiones de la que fuera, en 1938, Premio Nobel de Literatura: China y el cuidado de los más desafortunados. La biografía se subtitula «Enterrar los huesos» y es que la pequeña Pearl vio morir consecutivamente a sus tres hermanos, a descubrir bajo tierra huesos de niños muertos en una China mísera, donde lo fantasmal se imponía tras lo mortuorio.
Spurling recorre con precisión la vida de Pearl S. Buck (Sydenstricker de soltera, por eso la S.), empezando por cómo sus padres viajaron a China como misioneros a finales del siglo XIX, y sigue a la familia de ida y vuelta a los Estados Unidos varias veces. En 1901, por ejemplo, regresan a su hogar de West Virginia, Pearl con nueve años, en realidad desde una zona en guerra donde se asesinaba a cristianos y extranjeros, lo cual no impedirá que el padre, un fanático llamado Absalom –cuya desconfianza hacia las mujeres le hacía considerar que éstas carecían de alma– reanude su peligrosa misión al año siguiente, aun fracasando a la hora de convertir al catolicismo a los lugareños. Conoceremos a la Pearl que antes de los diez años ya ha decidido convertirse en un futuro en escritora, a la adolescente obsesionada con Dickens, a la que en Zhenjiang vio cosas atroces que «volverían a emerger a la superficie décadas más tarde en sus libros», a la que recorre Shanghái ya plenamente adaptada –escribió en inglés lo que pensaba en chino, dijo un crítico sobre su primera novela, «Viento del este, viento del oeste»–, a la que concibe en Nanjing «La buena tierra» (premio Pulitzer), que cambió la concepción que se tenía de China en Occidente, pues los prejuicios degradantes hacia el país asiático se desmoronaron al conocer su durísima realidad... Toda esta obra está hoy muy olvidada, pero «en su tiempo la leía todo el mundo, desde los políticos hasta los que limpiaban sus despachos».