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Los besos robados

La Razón
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Los cuentos no venden, se repite como un mantra, pero quienes los escriben, al menos, se alzan con un Premio Nobel de Literatura. Con ochenta y dos años, y unos cuantos libros de cuentos a cuestas, la canadiense Alice Munro no sólo es una «una maestra del relato corto contemporáneo», como señaló la Academia Sueca, sino que, con este máximo galardón de las letras, pone en un sitio de privilegio a un género considerado, en comparación con la novela, como menor. «Munro es quien mejor escribe en América del Norte hoy en día», se ha dicho ayer muchas veces, citando casi de memoria la cita del escritor estadounidense Jonathan Franzen, una de las plumas del realismo americano más clásico y un verdadero corredor de fondo cuando se trata de describir el mundo familiar y de suburbio en novelas larguísimas.
Pero Munro no escribe novelas. O al menos zanjó la cuestión muy pronto. En 1971 se animó con una historia sobre la vida de una juven en un pueblo rural de Canadá que transcurría a mediados de los años cuarenta y la tituló, precisamente, «La vida de las mujeres». Pero enseguida volvió al formato breve para ofrecer el retrato de personajes que se enfrentan a la cotidianidad y al imprevisto con lo único que pueden ofrecer: un deseo de amor que nunca llega a hacerse realidad pero cuya incidencia resulta vital para el momento en el que se encuentran.
En su mayoría, son mujeres. Mujeres encerradas en lo cotidiano, en un ámbito doméstico pero a las que esta «Chéjov canadiense», que amenazó en algún momento con dejar de escribir, siempre les ofrece una salida, ya sea bajo la forma de accidentes o de aventuras: siempre hay algo que se quiebra, que se rompe, pequeños detalles que parecen sin importancia pero que ponen en marcha el corazón de muchas de las historias («autobiográficas en la forma, no en los contenidos») que Alice Munro despunta en un formato que le calza como un guante.
Esos pequeños detalles (que pueden encontrarse en un beso robado, en una relación mantenida en el compartimiento de un tren o en el simple dicho de un amante furtivo que, a punto de casarse, prefiere cambiar de novia y de opinión y continuar su vida de soltero) son los que hacen que los cuentos de esta escritora hayan sido leídos atentamente desde finales de los años sesenta y que, cuatro décadas después, un género como el cuento encuentre en su nombre y en este premio su mayor reputación.
Diego GÁNDARA
Crítico