Los remedios médicos del chamán Robertson Davies
«La enfermedad es señal de que una vida se ha vuelto difícil de soportar». Eso es lo que dice Jonathan Hullah, un médico que ha nacido en los bosques canadienses, que fue salvado de una escarlatina en su infancia gracias a un chamán local, que aprendió algo de la alquimia aborigen de manos de una curandera, que estudió en la universidad, que estuvo en la guerra y aprendió mucho más, que tiene una forma personal de entender lo que significa estar enfermo y lo que es estar sano y que es, sobre todas las cosas, el narrador de «Un hombre astuto», la última novela del escritor Robertson Davies, muerto en Toronto en 1995 y que es, a todas luces, genio y figura de la literatura canadiense.
Como en sus diez novelas anteriores (repartidas en trilogías ) en «Un hombre astuto» (también publicada, como toda su obra, incluido un volumen de cuentos, por Libros del Asteroide) Robertson Davies, especialista en montar enormes tramas en grandes escenarios, se vale de un hecho cotidiano, un hecho casi sin importancia, para hilvanar una historia de variado colorido y de caminos diversos. En este caso, el hecho alrededor del cual se orquesta la trama imparable es la muerte del padre Hobbes, quien cae con todo su peso durante la celebración del Viernes Santo. Eso da pie para que aparezca entonces Jonathan Hullah, el hombre astuto que, incordiado por una joven periodista de un diario de Toronto que quiere saberlo todo, decide averiguar por sí mismo qué es lo que ha pasado con el padre Hobbes.
Un cuerpo castigado
Pero lo que hay detrás de la propia trama del padre Hobbes es, en realidad, otra cosa. Porque Davies desvía con astucia la atención hacia el propio Hullah, quien repasa su vida entre los bosques, su amistad con Brocky Gilmartin y Charlie Iredale y, al mismo tiempo, ofrece su peculiar visión sobre la vida, sobre la medicina, sobre el arte de aplicar una cura sobre un cuerpo castigado por un mal que, como dice el epígrafe de Robert Burton con que abre la novela, procede del alma. Todo montado, además, sobre un escenario como es la ciudad de Toronto, una urbe donde habitan el pecado y la gracia, el dinero y la divinidad, la sabiduría popular y el saber médico, científico.
«Pocas personas pueden curarse con un médico que no les gusta y he oído decir a algunos que un médico que fuera más estúpido que ellos no podría curarlos –dice el doctor Hullah en un momento de esta absorbente novela-. Tampoco yo he confiado nunca en un médico a quien considerara analfabeto. Y nunca he podido hacer mucho por un paciente que me desagradara».
Para quien no se haya animado nunca con la obra de Robertson Davies y no se atreva, por ahora, con ninguna de sus trilogías ni con sus cuentos, «Un hombre astuto» es una buena y excelente manera de ingresar en la obra de un escritor de primer nivel. Un autor que, en su canto de cisne, parece haberlo dado todo: una novela llena de ideas, un juego intelectual donde la vida resulta fácil de soportar.