Marta Robles: el Premio Fernando Lara viaja a la Venecia de Casati
La periodista gana el galardón de novela gracias a «Luisa y los espejos», un viaje a la ciudad de los canales a través de dos vidas
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Hay muchas Venecias en Venecia: la de la judería, la de los estudiantes, la de los turistas que recorren en masa el itinerario que separa el puente Rialto de la Plaza de San Marcos... También la de los millonarios y los «palazzos» a las orillas del Gran Canal. Una de ellas será la que corre a descubrir Luisa, una de las protagonistas de «Luisa y los espejos», en una segunda oportunidad que le dará la vida. La otra, también Luisa, aunque perteneciente al pasado, habita igualmente las páginas del viaje a la ciudad de los canales que ha convertido en ficción la prosa de Marta Robles. La periodista madrileña y colaboradora de LA RAZÓN se convirtió ayer con su segunda novela en la ganadora del XVIII Premio Fernando Lara. Robles presentó la obra a concurso bajo el seudónimo de Susana Gutiérrez y con el título provisional de «La luz de Venecia».
Un impulso especial
El jurado, compuesto por Ángeles Caso, Pere Gimferrer, Fernando Delgado, Ana María Ruiz-Tagle y Emili Rosales, en calidad de secretario con voto, decidió entre las diez novelas finalistas, aunque fueron más las que sepresentaron al premio, en total 174 obras procedentes de toda España y diversos países. Al galardón, concedido por la Fundación José Manuel Lara, se le ha dado en esta edición un impulso gracias a la colaboración suscrita con la Fundación Axa. Un acuerdo firmado recientemente por el que José Manuel Lara y Juan Manuel Castro, presidente de la Fundación Lara y consejero delegado de Axa Seguros, respectivamente, acordaron promocionar la cultura española y andaluza. Ello se traduce en un prestigioso galardón, convertido desde 1996 en uno de los principales de la novela en lengua española gracias a los 120.000 euros con que está dotado. La lista de ganadores es elocuente: desde que Terenci Moix se llevó el primer premio en 1996, lo han recibido Francisco Umbral, Juan Eslava Galán, Luis Racionero, Ángeles Caso, José Carlos Somoza, Juan Carlos Arce, Zoé Valdés, Mercedes Salisachs, Antonio Gómez Rufo, Fernando Sánchez Dragó, Jesús Sánchez Adalid, Emilio Calderón, Susana Fortes, Javier Reverte, Silvia Grijalba e Ian Gibson.
La ceremonia de entrega se desarrolló, como es habitual, en el Real Alcázar de Sevilla, un lugar que se ha convertido con el paso de los años en la cita ineludible de la literatura en la primavera sevillana. En los patios del recinto tuvieron lugar las conversaciones sobre qué novela sería finalmente la ganadora. Nombres, autores, títulos de obras suelen ser los temas centrales de estos encuentros previos a la cena en la que se falla el galardón, donde se dan cita las principales personalidades del mundo de la cultura, la empresa y la política regional andaluza. Entre ellos se encontraba el presidente del Grupo Planeta, José Manuel Lara, acompañado de su esposa, Consuelo García Piriz; el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, y el consejero delegado de Axa España, Jean-Paul Rignault.
En «Luisa y los espejos», Robles nos acerca a un juego especular, como propone ya el título. Por un lado, la historia de Luisa Aldazábal, una mujer de vida, podríamos decir, convencional, que acaba de recobrar la consciencia tras permanecer tres meses en coma. Salir del tránsito entre la vida y la muerte la empuja a dar un giro a su vida y acabará en Venecia. Una vez allí, se topará con la historia de una mujer que existió en la vida real y cuya vida la fascinará hasta el punto de comenzar a indagar. Esta otra Luisa, la segunda del relato, es Luisa Casati, uno de esos personajes que contribuyeron en los años 50 al auge y esplendor de la ciudad italiana como refugio de millonarios y cuyas hisorias personales, de la gloria a la caída y la pobreza, ilustran la decadencia «gatopardiana» de la nobleza italiana. Casati, durante un tiempo la mujer más rica del país transalpino, fue la propietaria del Palazzo Venier dei Leoni, en el que hoy se encuentra la Fundación Peggy Guggenheim, uno de los enclaves más espectaculares y conocidos junto al Gran Canal.
En sus páginas, Robles irá tejiendo y adentándose en el entramado que conforman las vidas de ambas mujeres, separadas por el tiempo. Luisa Casati Stampa di Soncino (Milán, 1881–Londres, 1957) fue marquesa de Casati, heredera de una gran fortuna y emblemática y atípica mecenas, musa y amiga de artistas en las primeras décadas del pasado siglo. Hija del conde austriaco Alberto von Amman y de la italiana Lucia Bressi, ambos progenitores murieron siendo Luisa y su hermana muy jóvenes, lo cual las convirtió en las mujeres más ricas de Italia. El apellido Casati es el de su marido, Camillo, de quien tomó el título de marquesa.
Como con otros personajes tan excesivos, eso que a Hollywood gusta llamar «bigger than life», con Luisa Casati la realidad y la ficción se pierden entrelazadas en las brumas del rumor y la leyenda. Dicen que coleccionaba las cenizas de sus amantes difuntos y gastaba serpientes vivas a modo de collares.
Giovanni Boldini, Augustus John, Kees Van Dongen, Romaine Brooks e Ignacio Zuloaga la inmortalizaron en sus lienzos, Drian, Alberto Martini y Alastair en sus bocetos, y Giacomo Balla, Catherine Barjansky y Jacob Epstein en el duro material de sus esculturas. Man Ray, Cecil Beaton y el barón Adolph de Meyer la fotografiaron. Se codeó con Artur Rubinstein, con el «maligno» invocador Aleister Crowley, con el sensual poeta T.E. Lawrence, y fue musa de Marinetti, Depero y Boccioni, y de Maurice Ravel, con el que colaboró en una pieza musical para marionetas. Conoció a John Barrymore y a William Randolph Hearst en su visita a EE UU.
Aunque durante años se dedicó a coleccionar palacios, de Venecia y Roma a París y Capri, la historia de Casati no parecería completa sin una cuesta abajo. Arruinada, con deudas que superaban los 25 millones de dólares, terminó sus días en Londres, en una relativa pobreza.
El territorio de la novela no le es desconocido a Marta Robles (Madrid, 1963), que ya había publicado «Diario de una cuarentona embarazada» (2008), además de ensayos y biografías políticas e históricas como el retrato de Pedro J. Benítez «El mundo en mis manos» (1991) y «La dama del PSOE», sobre Carmen Romero (1992), además de libros que recopilan sus entrevistas, como «Los elegidos de la fortuna» (1999), y sus relatos, como «Las once caras de María Fortuna» (2001). En «Madrid me Marta» (2010) recorrió la capital con su mirada personal. Periodista desde 1986, ha escrito para numerosas revistas y publicaciones, y desde 2001 colabora con LA RAZÓN con artículos y entrevistas. Ha presentado numerosos programas de televisión, desde «El ruedo», en Telemadrid, a «A toda página» y «Contraportada» (Antena 3). La radio es otro medio en el que ha invertido buena parte de su trayectoria, en programas como «Si amanece nos vamos» y «Herrera en la Onda» (Onda Cero).
La «dandy» que paseaba con sus dos guepardos
Durante las primeras décadas del siglo XX, Luisa Casati se convirtió en una celebridad en toda Europa. Coleccionista de joyas que evocaban animales y de sirvientes de escaso atuendo –apenas una hoja dorada– en sus fiestas famosas, en las que había maniquíes de cera sentados como invitados, encarnó el lujo excéntrico y el «savoir vivre» de la alta sociedad como ninguna otra aristócrata. Sus fiestas están en los anales de Venecia: Nijinsky bailando con Isadora Duncan, Picasso, Proust... Y en los de París, donde también dejó su impronta en personajes como Colette, Elsa Schiaparelli y Coco Chanel. Y siempre la acompañó el escándalo, con sus salidas vespertinas desnuda, tapada únicamente por sus pieles, paseando a sus guepardos. Decían de ella que fue el perfecto ejemplo del «dandy» en femenino. Léon Bakst, Paul Poiret, Mariano Fortuny y Erté la vistieron, y Cartier diseñó para ella su «Panter». Vivien Leigh le dio vida en el cine en «La Contessa» (1965) y más tarde también Ingrid Bergman, en «A Matter of Time» (1976).