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Molina Foix rejuvenece

Molina Foix rejuvenece
Molina Foix rejuvenecelarazon

En 1970 José María Castellet publicaba la emblemática antología «Nueve novísimos poetas españoles». Se reunían aquí los integrantes de una generación lírica caracterizada por una estética neorromántica, de reminiscencias modernistas, refinadas evocaciones, nostálgicos ensueños y punzantes emotividades sin olvidar su exultante juventud. Algunos de estos poetas están en «El joven sin alma», la singular novela de Vicente Molina Foix (Elche, 1946), integrante él mismo de este creativo grupo y aquí voz narrativa que protagoniza la consolidación de una estética propia, el descubrimiento de la sentimentalidad homosexual y la conciencia de una vocación literaria.

Quien ya había abordado acertadamente la autorreferencialidad en una historia como «El invitado amargo» (2014) y la ficción biográfica en otra, «El abrecartas» (2006), ofrece ahora una subtitulada «Novela romántica», que es un claro ejemplo de «bildungsroman», un relato de formación de la personalidad, asunción de valores éticos y asentamiento del intimismo identitario. Asistimos así a la relación que le unió, entre 1964 y 1969, a un enamorado Terenci Moix, al sabio y ponderado Pedro Gimferrer, a la inquieta y un punto enigmática Ana María Moix, al inteligente y refinado Guillermo Carnero y a un atrabiliario, genialoide y a su modo brillante Leopoldo María Panero. Este iniciático encuentro le liberará de un cercano pasado de convenciones familiares y adolescencia de escrupulosas prácticas religiosas, abocándole al deslumbramiento de la creatividad. A la dedicación literaria se va a sumar su pasión por el cine como elaboración imaginativa de la realidad, fuga del devenir cotidiano y espejo de reconocibles conflictos humanos.

Deriva cinéfila

Buena prueba de esta intensa deriva cinéfila lo ofrece un recopilatorio crítico: «El cine estilográfico» (1993); la evocación de inolvidables sesiones dobles en «El novio del cine» (2000); y «El cine de las sábanas húmedas» (2007), un estudio sobre el erotismo fílmico. En esta línea, aparecen en «El joven sin alma» dos importantes referentes: el encuentro del protagonista con el legendario director de fotografía Néstor Almendros, quien, admirado y magistral, agudiza su sensibilidad artística; y la colaboración en «Film Ideal», la revista que marcaría toda una época de rendida fascinación hacia clásicos como John Ford, Hitchcock o Howard Hawks. En este aluvión de inquietudes late un vacío, el folio en blanco en el que escribir una experiencia ético-estética de un joven todavía «sin alma» –que no desalmado, claro– que expresa, desde un desdoblamento autorial, esta expectativa: «Pero, si no me equivoco al juzgarte, el joven era de una curiosidad infinita: ese apetito de interrogaciones, de informaciones, de experimentaciones, de revelaciones, de emociones ligadas al placer, con el que toda tu vida has querido saciar un vacío, lo que me atrevo a llamar, como si fuese filósofo, la oquedad del ser». A todo ello se suma una clandestinidad antifranquista algo bisoña y despistada que agudiza el tono romántico del relato, todo él recorrido por un humor inteligente, crítico y tolerante que, en la mejor tradición de Dickens o Cervantes, incluye hilarantes episodios como el temprano encuentro con un ya solemne y egocéntrico Camilo José Cela. Estamos ante una excelente novela, logrado testimonio de una generación literaria y penetrante análisis de la formación juvenil de una personalidad artística.