Mujeres contra la mafia calabresa
Fundada hace más de 150 años por antiguas familias de pastores y agricultores de naranjas, la mafia de Calabria es uno de los sindicatos de delincuencia organizada más ricos y despiadados del mundo. Según los fiscales, la Ndrangheta está considerada la más poderosa del mundo: trafica con el 70 por ciento de la cocaína y la heroína, vende ilegalmente armas a criminales y terroristas –incluido el ISIS–, blanquea miles de millones de euros al año y tiene franquicias desde Estados Unidos a Australia y de El Cairo a Ciudad del Cabo. Nos lo contó Roberto Saviano cuando escribió sobre la Camorra y lo que le ha costado vivir con escolta.
Lo detalló John Dickie y nos hizo distinguir entre la siciliana Cosa Nostra, la Camorra napolitana y la Ndrangheta. Ahora, Alex Perry indaga en el verdadero papel que desempeñan las mujeres y su necesidad de hablar. Contextualicemos: las mismas 140 familias calabresas que fundaron la Ndrangheta en el siglo XIX siguen formando parte de la organización hoy. O naces dentro o te casas dentro. El derramamiento de sangre es venerado. Se va a la cárcel o a la tumba y se mata a un padre, a un hermano, o a un hijo, antes de traicionar a la familia. Las niñas se casan en alianzas a los 13 años, y luego se limitan a vivir encerradas y a criar nuevos hijos mafiosos con palizas y desprecios rutinarios. Una mujer que es infiel, incluso para un marido muerto, puede esperar que su familia la mate antes de disolver su cuerpo en ácido para borrar la vergüenza de la sangre.
Este es un libro dedicado a unas cuantas «buenas madres» que se atrevieron a romper la «omertá», la ley del silencio mafioso para proteger a sus vástagos y lo pagaron muy caro. En 2009 la fiscal Alessandra Cerreti fue asignada a Calabria y gracias a su denodado esfuerzo logró sacar la verdad. En esta cautivadora narrativa el autor pinta una imagen aterradora de la miseria de las mujeres bajo la tiranía de la mafia. Formaban parte del clan y, voluntariamente o no, trabajaban como mensajeras y jefas de las empresas cuando sus esposos no estaban «disponibles».
Protección de testigos
A mediados de los 90 Lea Garofalo dejó a su marido y se llevó a su hija. Quería informar contra la organización. Pasó años en un programa de protección de testigos mientras su esposo las seguía. De forma desesperada intentó reconciliarse sabiendo que sería asesinada. Afortunadamente, no era la única que estaba harta de la tiranía misógina y la opresión de la «familia». Giuseppina Pesce y María Concetta Cacciola eran amigas y seguían sus pasos.
Ambas tenían hijos, y su información resultó de vital importancia. Cuando murieron dos mujeres Italia lloró los asesinatos y miles de compatriotas se unieron a las ceremonias y protestaron gritando: «Veo, siento, hablo». Una durísima historia del drama humano complementado con un profundo trabajo de investigación. Este es el triunfo de un puñado de mujeres valientes que provocaron un significativo cambio gracias a un «feminismo del amor» inquebrantable.