Nacido libre

Un día de verano de 1782, un pasajero se acerca al muelle en el Puerto de Copenhague. Viaja para estudiar sacerdocio por decreto paterno, y por las noches explorará el lado oscuro de la vida. Bares, patios oscuros y placer a bajo precio. Los vientos de cambio soplan de norte a sur en el continente y nuestro protagonista sueña con una vida basada en el humanismo y la libertad. Retumba en su corazón la roussoniana frase de «El contrato social»: «El hombre nace libre, y por todos lados está encadenado».

Muchos son quienes aseguran abordar la perdida tradición realista del XIX, pero Leine lo consigue: en su manejo del «tempo», en cada página sobre cómo vivir en una Groenlandia nada idílica. No hay sentimiento romántico, filial o espiritual, sólo lucha. Incomprensión. Duda. Tampoco se le ven las ganas de abundar en el exotismo pese al marco geográfico que es retratado como un lugar de belleza tan glacial como áspera, donde incluso la muerte se acepta con sosiego y los pobres antes de desatenderse a la congelación despachan un banquete devorando sus propias ropas. Muchos dirán que es una novela de las que ya no se hacen, pero no se confundan: no porque ya esté visitada, si no por nueva. Entre otros motivos, por el extraño diálogo que se teje entre el épico personaje y el autor ,que mantienen una convulsa relación ajena a todo sentimentalismo con raros ecos de «Grandes esperanzas» o «Moby Dick».