Nadie escapa de Houdini
Escapista, «showman», ilusionista, renovador del mundo del espectáculo. Houdini comprendió antes que la mayoría de sus coetáneos el nuevo tipo de mundo que se abría paso en su época. Muchos lo miran como un hábil prestidigitador pero, sobre todo, fue un visionario que intuyó la época que llegaba. Un periodo marcado por la ciencia, la tecnología, los medios de comunicación y la sociedad de masas. Entenderlo resultó su verdadero truco. Fundación Telefónica repasa ahora su figura en una exposición
Escapista, «showman», ilusionista, renovador del mundo del espectáculo. Houdini comprendió antes que la mayoría de sus coetáneos el nuevo tipo de mundo que se abría paso en su época. Fundación Telefónica repasa ahora su figura en una exposición
La magia era un espectáculo de barracas y circos ambulantes; el ocio barato del pueblo que acudía a los suburbios de las ciudades para contemplar trapecistas, burdos malabarismos, domadores de bestias, seductoras equilibristas que se balanceaban colgadas de las lonas multicolor de las carpas, reírse de las anomalías congénitas de criaturas azotadas por deformidades incorregibles y, por supuesto, divertirse con la interminable hilera de renombrados magos que, ante una audiencia perpleja, cortaban por la mitad el cuerpo de bellas señoritas para, después, ante la atónita mirada del público, volver a unirlas.
En un tiempo donde la racionalidad arrinconaba el pensamiento mágico y la naturaleza empezaba a perder parte de su fascinación por la irrupción de la ciencia, la magia volvía a incluir un velo de misterio en el orbe de lo cotidiano y devolvía a la gente la fascinación por lo increíble. Entonces surgió Houdini, un ilusionista, un hombre moderno, que comprendió que la honestidad no estaba reñida con la chistera. Él fue el primer mago que reconoció ante el mundo que no poseía poderes, que no era un «traficante de milagros», ni un «freak», que sólo era un tipo corriente, alguien como usted y como yo... aunque, sin duda, el poseía algo más, ese sexto sentido para intuir qué quería el público en el nuevo siglo que se avecinaba. Podría haber sido un personaje de ficción, haber nacido de la prolífica pluma de un Julio Verne y protagonizar una historia de robos inexplicables, pero nació en Budapest, en 1874, en el seno de una familia judía que emigró a Estados Unidos. Su figura emergió de las confusas sombras del anonimato, consiguiendo difundir su nombre y hacerlo famoso con sus espectáculos ambulantes, que más de una vez acabaron con él involucrado en reyertas callejeras. La Fundación Telefónica inaugura ahora «Houdini. Las leyes del asombro», comisariada por María Santoyo y el escritor Miguel Ángel Delgado –autor de la reciente novela «Las calculadoras de estrellas» (Destino)–.
- Mil candados
Una exposición que enseña todas las cartas –y aquí no hay trampas ni cartón– que jugó este legendario personaje que todavía fascina nuestra imaginación. «Supo recoger el espíritu de su tiempo, dinamizar y crear el futuro de la tradición que heredaba. La magia irrumpe para “reencantar” el mundo en medio del auge científico. Con ella volvemos a enfrentarnos a lo inexplicable. La magia teatral del siglo XIX se convierte en un espectáculo. Y ahí es cuando aparece Houdini, que reinventa este legado y, además, crea una rama nueva: el escapismo», dice María Santoyo.
Houdini, el hombre de los mil candados, capaz de liberarse de ceñidas camisas fuerza y pesadas cadenas. ¿Cuál era su truco? El mayor éxito de Houdini fue llevarse a la tumba sus secretos. Ninguno de sus colaboradores revelaron sus artes tras su fallecimiento. Se mantuvieron fieles a su memoria. Hay quien asegura que escondía las llaves para abrir los candados debajo de un trozo de piel artificial, en el interior de un dedo falso o que, incluso, su mujer se las pasaba antes de empezar un número, cuando se despedía de ella con un beso. Todo son conjeturas.
La pista para comprender cómo pudo escapar del furgón que trasladaba presos de Moscú a Siberia (que sólo contaba con una pareja de llaves para sus puertas: una, en la cárcel de donde partía, y la otra, en la prisión de llegada) o de las celdas americanas más férreamente vigiladas, reside en su adolescencia. Houdini creció como cerrajero y, aunque presumió de poseer uno de los mejores juegos de llaves y ganzúas de los cinco continentes, siempre sostuvo que ejerciendo la presión adecuada en el lugar correcto, cualquier cerradura se abría. Su capacidad para liberarse lo hizo célebre enseguida. Y le servía, de paso, para ridiculizar a la Policía y los agentes del orden. De hecho, él siempre se sintió muy cerca de los delincuentes menudos, de los pequeños pillos. Por algo publicó un manual para «hacer bien el mal» que estaba dirigido al golferío que rodaba por las calles de las ciudades.
En una sociedad cada vez más urbana, sedienta de espectáculos, él supo apreciar y beneficiarse de los nuevos medios. Se aprovechó de la fuerza del cine para extender su fama; del auge que disfrutaba la aviación (se propuso en ser el primer piloto que sobrevolara Australia y lo consiguió), y del poder de la prensa y los deseos de la sociedad de masas. Este es el motivo de que sacara la magia de los recintos cerrados y ejecutara sus números en medio de plazas y grandes avenidas de Nueva York y Boston. En San Francisco, por ejemplo, se colgó de la fachada de una casa, aunque no era una casa cualquiera, sino las oficinas de un periódico: eso le aseguraba unas cuantas columnas en el ejemplar del día siguiente, con la correspondiente difusión de su nombre. «Él también fue de los primeros que entendió lo importante que era el deporte. Por eso en la muestra hemos incluido un gimnasio de esos años. Cultivó el físico, porque valoraba su importancia y porque también necesitaba estar en forma para sus funciones. Corría habitualmente alrededor de 16 kilómetros y nunca tuvo ningún accidente en sus actuaciones, salvo al final, cuando se rompió un tobillo. Sus funciones le pasaron, desde este punto de vista, un elevado desgaste. Por eso se inventó un nuevo espectáculo: hacer desaparecer un elefante delante del público. Fue el precedente de David Copperfield, que hizo lo mismo que él, pero con la Estatua de la Libertad», explica Miguel Ángel Delgado.
- Contra el espiritismo
Para captar la atención del público, Houdini diseñó una impactante cartelería que atrapaba las miradas y para evitar que le crecieran posibles imitadores (un aspecto, como aclara Miguel Ángel Delgado, que le aterraba) ideó una astuta estrategia: el monopolio. Convenció a su hermano para que, en secreto, se convirtiera en su competidor más directo. Esta falsa rivalidad permaneció siempre en secreto (incluso llegaron a pasarse trucos). Un plan que les garantizó la ausencia de molestas intromisiones.
El aspecto menos difundido y más asombroso de su carrera fue la devoción que puso en denunciar a estafadores y mentirosos. Cuando falleció su madre, Houdini qui-so contactar con ella a través de un espiritista (el movimiento estaba de moda en esas décadas). La segunda mujer de Conan Doyle –el autor de Sherlock Holmes, que era, además, un ferviente seguidor de esta corriente– ejercía de médium y se ofreció para ponerle en contacto con ella. Durante esta sesión, Houdini descubrió que todo era falso y que los espiritistas empleaban malos trucos de magia (este fracaso fue el origen de su enemistad con el novelista). A partir de ahí, Houdini inició una intensa cruzaba para desenmascarar a todos estos farsantes. Lo hizo con enorme éxito. Hasta el punto que dejó en ridículo a Joaquín Argamasilla, apodado «el hombre con Rayos-X en los ojos», un español que hacía creer al público que era capaz de ver a través de los objetos. Pero está claro que nadie puede engañar a un mago. Y menos si, además, se llama Harry Houdini.
Una muerte sorprendente
Houdini no murió durante la ejecución de uno de sus famosos números, como repite una y otra vez su leyenda. Su fallecimiento se produjo como consecuencia de una peritonitis. Houdini, que había desarrollado unos fuertes abdominales, presumía ante sus admiradores de encajar fuertes puñetazos en el torso sin apenas inmutarse. De hecho, desafiaba al público a que le pegara. Formaba parte de su «show». En una ocasión, cuando permanecía desprevenido, recibió un puñetazo de un estudiante. Este incidente derivó posteriormente en la peritonitis que le causaría la muerte. Su fallecimiento se produjo el 31 de octubre de 1926, día de Halloween. Ahora, por esa fecha, miles de magos intentan contactar con su espíritu para que les confiese, por fin, sus trucos.
- Dónde: Fundación Telefónica. Calle Fuencarral, 3. Madrid
- Cuándo: hasta el 28 de mayo.
- Cuánto: Gratuita.