Narigudos inmortales
Ari, el último de la saga de una familia con mucho pedigrí, los Spinoza, a punto de morir en Oslo sin haber tenido descendencia, se esfuerza en recordar todo lo escuchado por su tío abuelo Fernando para que quede por escrito cuánto significó ese apellido. Este es el patrón de esta ambiciosa novela, de estructura fragmentaria, que hilvana pequeñas historias desde el siglo XII hasta el XX y que mezcla una encomiable imaginación novelesca con asuntos y personas reales. Por ello mismo puede resentirse de ciertas redundancias o monotonía cronológica alrededor de las características virtuosas del tío abuelo narrador, aunque éstas brillen a lo largo de un texto que podría ser el contrapunto, en formato vigilia, de «Las mil y una noches». Pues es como si las peripecias de los Spinoza dieran para un relato diario cuya recompensa será didáctica: conocer los entresijos de ámbitos tan dispares como el de la realeza portuguesa, un sultanato granadino o el Budapest y la Viena de la Gran Guerra.
También humorística y fantástica, ya que Gleichamann incorpora a su red de relatos curiosidades que pretenden tanto caricaturizar como homogeneizar lo que se cuenta: el hecho de que los primogénitos varones de cada generación de esta familia judía tengan una nariz enorme, gocen de una vida plena pero sufran una muerte trágica, y guarden con celo un elixir, nada menos que el de la inmortalidad, que se explica en un libro secreto. De él se beneficiará uno de sus miembros, Salman de Espinoza, una suerte de Dorian Gray por su juventud eterna, un Orlando que ve a personalidades destacadas de su tiempo. Así, tal perdurabilidad y camino errante provocarán que la Europa más candente vaya asomándose a las páginas desde los personajes más importantes como de los secundarios, caso del cocinero de Hitler.