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Neville, el arte del absurdo y la ironía

larazon

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Edgar Neville es una de las personalidades más fascinantes que ha dado este país. Su biografía podría plasmarse en una película que nos mantendría pegados a la pantalla preguntándonos cómo es posible que un hombre pudiera ser tan simpático, brillante, ingenioso, culto, cosmopolita, elegante y todos los demás adjetivos que hacen falta para encarnar eso que suele definirse como una personalidad arrolladora.
Considerado un «bon vivant» de familia aristócrata, era conde desde su nacimiento, ejerció como diplomático y vivió en Hollywood durante los inicios del cine sonoro. El prolífico Neville fue director de cine –recordemos, por citar alguna, «La torre de los siete jorobados»– y de teatro: qué delicia su comedia «El baile», protagonizada por Conchita Montes, su compañera sentimental. Escribió cientos de artículos de Prensa y su presencia en fiestas y tertulias era constante, pero tuvo tiempo también para escribir numerosos relatos. Los agrupaba en libros y publicó uno por década: seis libros, un total de sesenta y seis relatos entre los que no incluyó los publicados en revistas y periódicos. José María Goicoechea ha rescatado para esta edición todos esos relatos, que van desde el año 1926 a 1966. El resultado es una obra con el humor y el absurdo como señas de identidad que marcaron a la que se ha nombrado «La otra generación del 27», en la que también se encuentran Jardiel, Mihura, Tono o López Rubio.
Reconciliación tras la guerra
Podemos encontrar a Adán y Eva deseando salir del aburrido paraíso hablando como una pareja actual o el absurdo total de cuentos como «Una vaca y un señor de Hacienda» o «José María el hermafrodita». Hay cinco relatos que suponen un paréntesis, los que se encuentran bajo el título «Frente de Madrid», publicados en 1941. Son un ejercicio de propaganda para congraciarse con el régimen franquista que le veía con desconfianza por haber sido diplomático de la República. Se atreve ya en esa época a hablar de reconciliación entre españoles y a mencionar el «Romancero gitano». Estos textos fueron la base de la película homónima que rodó en Italia. La censura le obligó a eliminar el final sobre la reconciliación y aun así recibió críticas negativas que le acusaron de «tibio» con el régimen. Por qué permaneció en España un hombre de sus posibilidades es realmente sorprendente. Quizá este cosmopolita se sentía en su casa en aquel Madrid gris de la posguerra cuando se encontraban muchos de sus amigos. Un Madrid tan diferente al que vivió antes de la guerra, donde compartió tertulias con Lorca, Ortega, Gómez de la Serna. Por aquel Madrid literario en plena ebullición se le veía con el último traje comprado en Londres y siempre con un artículo en el bolsillo.
Edgar Neville murió el 23 de abril de 1967. Él mismo dejó escrito este epitafio: «Aquí yace Edgar Neville, que al final se quedó en los huesos». Su amigo desde la infancia, Luis Escobar, le definió entre otras cosas como «un finísimo ingenio alojado en una caja desmedida».