No a la nostalgia
Como vaticinó el vanguardista Agustín Espinosa, la revelación de la imposibilidad de arribar a Ítaca es uno de los más caros signos contemporáneos; cuando suman más los tramos recorridos que los por venir, Ulises debe aceptar que ya se encuentra en casa. Un minueto para esa asunción, incluida la aceptación sosegada de la muerte, parece componer este quinto poemario de Fernando Delgado, más conocido como periodista y narrador. La partitura se refuerza con recurrentes homenajes musicales (Bach, Chopin, Verdi, Paco de Lucía...), sin olvidar el trino de los pájaros, que alegorizan lo efímero de lo vivido, pero cuyo revoloteo impide que la evocación decaiga en nostalgia. Como en los poemas «Jaula» o «El vuelo sucio», una cierta redención le sugiere la edad tardía, pese a la aflicción de ver escapar al canario que le acompañaba cautivo desde niño, o que la gaviota remonte el vuelo, libre, al cabo, de servidumbres e imposturas. «Libre ya de pedir perdón por nada», se lee en otro poema, que incide en el manso júbilo que puede reportar la jubilación de la vida al evocar «la criatura eterna que fui». De adscripción culturalista, Delgado abre brechas narrativas y reflexivas al objeto de driblar cualquier asomo de melancolía. Si se constata, por ejemplo, que «fue otro, no yo, el que vivió un verdadero paraíso», la partida queda en tablas casi a renglón seguido: «(soy) al fin superviviente de un naufragio / al que nunca asistí».