No fueron crímenes, sino un genocidio
En 1941 Winston Churchill afirmó en un mensaje a través de la BBC que «los nazis estaban cometiendo un crimen sin nombre». Tras escuchar estas palabras, Raphael Lemkim (1900-1959), que era abogado, había estudiado Filología y Filosofía, hablaba nueve idiomas y comprendía doce, buscó el término adecuado para definir ese crimen. Dos años después, en 1943, acuñó el neologismo «genocidio», que apareció escrito por primera vez en su obra «La dominación del Eje en la Europa Ocupada». Esta autobiografía cuenta la vida de un personaje excepcional que dedicó su vida a educar, concienciar y luchar para que existiera un marco legal que pusiera freno a la barbarie a través de un tratado internacional: la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio. Su infancia estuvo marcada por la pobreza y el miedo a los pogromos en una granja polaca. Cuando apenas tenía trece años conoció el exterminio de los armenios por parte de los turcos durante la Primera Guerra Mundial. Todos los criminales de guerra turcos fueron liberados y el adolescente Lemkim se hizo una pregunta decisiva: «¿Por qué se castiga a una persona cuando mata a otra persona y, sin embargo, el asesinato de un millón es un crimen menor que el asesinato de un solo individuo?».
Más allá del horror
Cuarenta y nueve miembros de su familia murieron en el Holocausto, y sus padres fueron asesinados en Treblinka. Pero según sus palabras había que ir más allá del horror de los campos y las cámaras de gas, había que castigar «la finalidad» de acabar con todo un pueblo. En 1933 se celebró en Madrid una conferencia internacional para la unificación del derecho penal y Lemkin, que iba a acudir, envió por escrito su informe sobre la necesidad de aceptar jurídicamente el concepto de «crimen internacional» y crear una Convención para su prevención y sanción. Finalmente no le permitieron participar, pero su informe había sido publicado y comenzó a ser conocido. Se dedicó totalmente a esta causa y ni siquiera quiso casarse: «Como fiscal y abogado he servido al poder y he disfrutado de un falso prestigio. Sólo he vivido genuinamente mientras luché por un ideal. La ilegalización internacional de la destrucción de un pueblo».
Durante sus últimos años en Nueva York vivió en la más absoluta pobreza. Pedía dinero prestado para comprar sobres y sellos y enviar sus informes sobre genocidios mundiales, el último que conoció fue el de Birmania. La autobiografía de Lemkim, su lucha por la justicia y su advertencia sobre los nacionalismos deberían ser analizados y comentados en todas las escuelas.