Ópera: de la gran pantalla a la tablet
Un documentado ensayo repasa las relaciones que han mantenido la lírica y el cine, de las que tanto sabía Franco Zeffirelli, fallecido el sábado, y ahonda en los soportes en que ya se puede consumir una producción operística.
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Un documentado ensayo repasa las relaciones que han mantenido la lírica y el cine, de las que tanto sabía Franco Zeffirelli, fallecido el sábado, y ahonda en los soportes en que ya se puede consumir una producción operística.
La cita que abre «Ópera en pantalla» lo deja claro: «El cine es hijo de la ópera: realiza el ideal de obra de arte a que la ópera aspiraba» (Eugenio Trías, «Lo bello y lo siniestro», 2006). Una cita que debió llevar grabada a fuego Franco Zeffirelli, que falleció el sábado, director y regista (pensamos que bastante mejor sobre el escenario que detrás de la cámara) que combinó ambos y a los dos se dedicó. Conviene tener en cuenta que, como se dice en las primeras líneas de este ensayo, se ha llego a culpar al cine del declive del espectáculo operístico, cuando éste goza de buena salud, sobre todo si atendemos a producciones nuevas que firman grandes nombres como Philip Glass o John Adamas, por citar solamente a dos creadores. El ensayo recorre con apasionamiento la interacción que se ha dado entre ambos, los campos que tienen en común y las parcelas que los hacen únicos.
No olvidemos que el hermano mayor, en este caso muy mayor, que no es sinónimo de viejo, es la ópera. Cuatro siglos de vida durante los cuales ha evolucionado hasta llegar a convertirse en ocasiones, en un espectáculo de masas, léase los conciertos de los tres tenores o el festival de la Arena de Verona, que congrega cada verano a miles de aficionados llegados de todo el planeta. El texto de Radigales y Villanueva arranca poniendo en contexto ambas artes, abocadas a encontrarse en un momento en el momento en que la estrella de una, la ópera, empezaba a apagarse creativamente «mientras que la otra plantaba con fuerza sus raíces», como se lee. «El babero de Sevilla» de Rossini fue adaptado en 1904 por Mèlies. A partir de ahí la relación iría incrementándose. Wagner ha sido uno de los grandes compositores más adaptados y la bizetiana «Carmen» uno de los títulos que en más ocasiones se ha llevado al cine, de hecho tiene un capítulo dedicado.
«La Bohème» de Vidor
El tránsito al sonoro fue aprovechado por King Vidor líricamente hablando para dar los papeles protagonistas a dos de las estrellas del momento en «La Bohème», Lilian Gish y John Gilbert. Italia, cuna de la ópera, sirvió en bandeja a partir de los años cuarenta títulos a mayor gloria de los divos del momento. No era necesario doblar, pues ellos cantaban a pleno pulmón, experimentos que resultaron bastante mejores que escuchar a Silvana Mangano o Gina Lollobrigida cantar en «playback» al lado, por ejemplo, de estrellones líricos como Titto Gobi o Beniamino Gigli. O incluso ver a Sophia Loren en «Aida» doblada por la inmortal renata Tebaldi. Demasiado.
No falta un epígrafe dedicado al «marxismo», al de los hermanos Marx, cuya «una noche en la ópera» ilustra la portada del volumen, filme en el que literalmente pulverizan el mundo lírico con sus «gags» irreverentes y plenos de humor.
Puccini ha sido la banda sonora de cientos de películas, el compositor, quizá, más veces utilizado en el cine, lo mismo que hay clásicos a los que se recuerda por formar parte de la banda sonora de un filme como la «Cabalgata de las valquirias» de Wagner en «Apocalypse now» (1979), de Coppola, la «Sinfonía numero 5», de Mahler, en «Muerte en Venecia» (1972), de Visconti, entre otros, y por ende, de la cultura popular, como es el caso de «Nessum dorma» de Turandot y el aria «Oh mio babbino caro», de «Gianni Schichi», por citas dos.
La segunda parte del volumen sigue la evolución en el tiempo. Si a principios del siglo XX cine y lírica se dieron la mano, en este siglo XXI los soportes para ver una ópera se han abierto considerablemente. El cine «solo» es una de las múltiples maneras de disfrutar de un título de Verdi, Wagner, o más cercano a nuestros días, John Adams. Aunque es cierto que asistir a una representación operística está cada vez más cerca de nuestro entorno, al alcance de una tablet, por ejemplo, o incluso en nuestro móvil; sin embargo, quede claro que nada hay como asistir a una representación en un teatro de ópera, en un patio de butacas, a oscuras para poder apreciar el espectáculo total que es y significa.
Radigales y Villanueva aluden a las grandes estrellas de la lírica, algunas de ellas equiparables a verdaderos números uno del rock, cuya popularidad excede las paredes de un coliseo. Cantantes que recorren el planeta varias veces al año, que viven de hotel en hotel. Casos como el de Plácido Domingo, un hombre que no necesita de su apellido, invitado en alguno de los capítulos de «Los Simpson»; René Fleming, la gran señora del Met, con una línea de perfumes y chocolates; Anna Netrebko, modelo años atrás de grandes marcas y hoy máxima soprano cuya vida se puede seguir día a día a través de las redes sociales, sin olvidar a Jonas Kaufmann, Piotr BeczaRoberto Alagna, por citar solamente algunos nombres. Todo ellos utilizan las nuevas tecnologías. Todos ellos tiene presencia en redes sociales y todos ellos son conscientes de que el futuro de la ópera, el arte total, pasa por la tecnología, lo que no significa que tenga que circunscribirse a ella. El libro, obviamente, tiene un final abierto, si así se puede decir, pues el «the end» está aún, afortunadamente por escribir.
La evolución de la ópera ha sido vertiginosa: de los salones reales a los teatros; de un espectáculo de masas a los teatros de las ciudades más importantes del mundo. Puccini, Bellini, Mozart, Strauss y nunca estuvieron tan alcance de nuestra mano. Nunca la ópera tuvo tantos altavoces para hacerse oír.
Sobre los autores
Jaume Radigales e Isabel Villanueva firman a cuatro manos este estudio. El primero ya ha publicado varios títulos con la música clásica como tema principal. Se graduó en Medios y Cine y también en Relaciones Públicas y Publicidad en la Universidad de Navarra. Tiene varios libros escritos sobre óperas, cine y medios de comunicación.
Ideal para...
quienes estén interesados en cómo acceder y disfrutar de la ópera hoy, además de hacerlo desde un teatro. Se trata de un libro abierto, en el sentido de que la última palabra en estos tiempos tecnológicos está por escribir.
Un defecto
Como toda selección es, obviamente, cuestionable. Se echa de menos, por ejemplo, la mención del «Don Giovanni» de Carlos Saura al hablar de la traslación de la ópera a la pantalla, o la mención de Zeffirelli en el texto.
Una virtud
Se lee con gusto y casi de un tirón. Es ameno, sobre todo en su primera parte, a lo que ayudan las ilustraciones, y cuenta con una voluminosa información. Ambos autores se han documentado, y eso se desprende de la lectura.
Puntuación: 8
«Ópera en pantalla»
Jaume Radigales e Isabel Villanueva Benito
Cátedra
331 páginas,
23 euros