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«El Quijote pensaría de mí que soy tan loco como él»

El amor en el jardín de las fieras (Espasa) es un canto a la amistad en tiempos de guerra. La novela busca los orígenes de la raza aria en España
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El amor en el jardín de las fieras (Espasa) es un canto a la amistad en tiempos de guerra. La novela busca los orígenes de la raza aria en España
A Juan Eslava Galán no se le entrevista. Se le pregunta y se le escucha. Y se le dan las gracias. Es un libro en forma de hombre, una enciclopedia con patas que ha escrito 86 obras. Sí, 86. Sobre los templarios, Cervantes, las dos guerras mundiales, la historia de España, la antigua Grecia, Roma... Su última novela, El amor en el jardín de las fieras (Espasa), es un canto a la amistad con el trasfondo histórico de uno de los episodios más desconocidos del nazismo.
-¿Un ensayo novelado o una novela ensayada?
Está a mitad de camino. Refleja lo que fue la política española respecto al nazismo al principio de la guerra. Para que el lector se crea mi historia yo tengo que creérmela previamente. Por eso mezclo personajes reales y ficticios. Las calles, los cines, los teatros, los cabarets... Todo es absolutamente fidedigno.
-Incluso los escarceos.
Son muy frecuentes en la guerra, porque los jóvenes saben que se pueden morir al día siguiente. Si fuéramos conscientes de ello nos aferraríamos más a la vida.
-¿Qué buscaba Himmler en España?
A Hitler le interesaba que entráramos en la guerra porque sabía que Gibraltar sólo podía tomarse por tierra. Franco tuvo la tentación durante muy pocos días de participar, pero luego se convenció de que no nos convenía.
-¿Cómo es el amor en tiempos de guerra?
Mucho más profundo que en tiempos de paz. Se intensifica, pero por desgracia no vence a las bombas.
-Lleva usted 50 años escribiendo y leyendo, ¿o viceversa?
Es más importante leer que escribir. Con el tiempo uno ya no se entera tanto de lo que se va publicando, sino que relee lo que en algún momento le tocó el corazón. Un escritor se hace de lo que vive y lee. Puede haber poetas de 18 años, pero antes de los 30 es difícil escribir una buena novela.
-¿Si tuviera que rescatar un libro de entre todos los que ha leído?
Empecé mis lecturas con El Quijote, que habré leído seis veces en mi vida. Nunca he dejado de aprender de él.
-¿Qué pensaría él de usted?
El personaje creería que soy tan loco como él, con la cabeza siempre en los libros. Cervantes quizás se extrañaría de que un señor del siglo XX siga hablando así de su libro. Nunca supo la clase de obra que había parido.
-¿Cuánto hay que leer para ser doctor en Letras?
Es un título que te da la Universidad. Pero yo veo poco la tele y apenas tengo vida social. Trabajo de ocho a diez horas entre lecturas y escrituras. Al mes leeré unos seis libros.
-¿Cuántas palabras tiene su vocabulario?
Nunca las he contado. Una de mis distracciones consiste en abrir el diccionario al azar. En cualquier página encuentro palabras que me dan una lección de humildad. Un escritor siempre está aprendiendo. La lengua es mucho más amplia que una vida humana.
-¿Escribe usted para conocerse?
No, escribo para mis lectores. Pero es verdad que escribiendo uno llega a conocerse, porque se sacan cosas de dentro sin saber que existían. Es una especie de diván del psiquiatra.
-¿Escribir ensancha la vida?
Sin duda. Y leer. Tenemos el capricho de alargarla, pero la lectura ensancha la vida, le da altura, color, fuerza...
-Pues ha escrito usted 86 libros. No debe de entrar por la puerta...
(Risas) Llevo escribiendo desde los 13 años y publicando desde los 29. Soy un escritor muy dedicado al oficio. Todos los días escribo y leo, incluso sábados y domingos.
-¡Menudo desgaste de teclados!
Cambio de ordenador cada dos o tres años, porque la mitad de las teclas están borradas. Pero los dejo en perfectas condiciones.
-Tras escribir sobre las dos guerras mundiales, ¿habrá una tercera?
Espero que no. Hay quien dice que ya estamos en ella. De ser así, sería una guerra bien distinta, sin frentes claros.
¿Cuánto sabe usted?
Soy un- gran ignorante. A veces escribo sobre temas de los que me gustaría saber, para enterarme. Para transmitir el conocimiento primero hay que adquirirlo. Y escribir me obliga a leer.
- ¿Ignorante?
Tengo grandes carencias en el tema científico, por ejemplo.