Rumbo a Ítaca

Jesús Carrasco ha tenido que lidiar con muchas comparaciones, bien situándole en la incomprensible equidistancia entre Delibes o McCarthy o asemejándole a las lugareñas historias de David Vann, compañero aquí de página. Si jugamos a la peligrosa ruleta de los cotejos que tanto gustan a los críticos para domeñar un texto inclasificable, yo cometería el error de decantarme por que estas páginas pudieran hacerse pasar por un inédito de Sánchez Ferlosio antes de que renegara de su inconmensurable «Alfanhuí», aunque también resuenen ecos de «Nada», de Jane Teller, por su verbo igual de desapacible, plagado de dilemas, anulación del marco espacio-temporal y poblado de arquetipos.

Un niño huye de su hogar (inocencia humillada) y se encuentra con un cabrero (solidaridad). Juntos atravesarán cam- pos devastados en busca de lugares donde ocultarse y eludir el acoso del alguacil (símbolo del totalitarismo, incluso en el hecho de que se desplace en sidecar).

Con una depuración del idioma insólita en estos tiempos postmodernos y un saber cincelar cada vocablo, seguimos su huida hacia ese ansiado norte, que es mucho más que un jalón geográfico. Escapa, el niño, de un ambiente irrespirable y de una sociedad vejada... Y en el camino hacia esa Ítaca que recorren, el cabrero se afanará en enseñarle a convertir el rencor en justicia.