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Trump y la crisis de la democracia

larazon

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Una encuesta reciente en Estados Unidos ha desbaratado algunos tópicos arraigados. Se ha dicho que los votantes de Trump, pertenecientes en buena medida a la clase trabajadora, están frustrados y furiosos por las consecuencias de la globalización. Según esta nueva encuesta, es al revés. Los trabajadores norteamericanos están felices con su trabajo, confían en el futuro y piensan que sus hijos van a tener una vida mejor. No es seguro que se vote a Trump por enfado. Es posible que se vote a Trump para defender un estilo de vida, optimista y norteamericano, que esos trabajadores ven amenazado. «Cómo mueren las democracias», el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, no tiene en cuenta esta hipótesis a la hora de entender el fenómeno Trump. En realidad, tampoco plantea ninguna otra. Más bien describe cómo los mecanismos que permiten la supervivencia de la democracia se han visto erosionados por la evolución política en los últimos años.
Raíz populista
Esta evolución va situada en la historia de la democracia en Estados Unidos, tormentosa donde las haya. La primera democracia moderna no ha abandonado nunca la raíz populista, y al lado del patriciado pulido y elegante, casi académico, que tanto gusta a los autores, presenta episodios y personajes tan subidos de tono, tan vulgares y tan «deplorables», por emplear la expresión de Hillary Clinton para hablar de los votantes de Trump, como el actual presidente de Estados Unidos.
Se trata por tanto de un buen repaso al populismo norteamericano, que ya había sido abordado por textos clásicos de Hofstader o de Martin Lipset. También presenta ejemplos de otros países: desde la Segunda República española al chavismo. La democracia norteamericana estaría en peligro porque se han deteriorado los elementos constitucionales y sobre todo las reglas no escritas que garantizan el respeto y una convivencia digna.
Aceptado esto –los autores tienen casi siempre razón–, no habría estado de más indagar en el significado del voto a Trump, y hasta qué punto responde a lo que se percibe, en una sociedad conservadora como ha sido Estados Unidos hasta hace muy poco tiempo, como un cambio forzado y poco o nada democrático. Y no vale, como hacen los autores, sacar a relucir el racismo de los republicanos o los votantes de Trump cuando las políticas de identidad seguidas por los demócratas han convertido la acción política en una ofensiva sistemática contra los consensos vigentes hasta hace poco tiempo.