Un duelo bajo el sol de Stalingrado
En Stalingrado había una segunda guerra. Un enfrentamiento que corría paralelo al de las tropas de asalto. El duelo que mantenían los francotiradores alemanes y rusos. La fama de Vasili Záitsev, «el gran conejo ruso», como lo llamaban desde las filas del Reich (su nombre significaba «conejo»), llegó a molestar sobremanera al mando de la Werhmacht, que cada día tenía que apuntar nuevas bajas en sus filas por su culpa. Para intentar neutralizarlo, los oficiales de Hitler enviaron a Rusia a su mejor rifle: el mayor Konings, director de la escuela de francotiradores del ejército alemán (que es, justamente, el enfrentamiento que recoge la película «Enemigo a las puertas»). Su rivalidad resultó mítica y supuso el apogeo de la tenaz lucha que sostuvieron ambos cuerpos de élite. Los dos sostuvieron un pulso que forma parte de la leyenda de Stalingrado. En el capítulo que dedica a este episodio, Záitsev relata las estrategias que empleaban los tiradores germanos y cómo las fue aprendiendo durante los combates. El cara a cara entre él y «el maestro de Berlín» se resolvió durante una tarde, después de muchos días de tensión. Y, para lograrlo, Záitsev empleó una argucia. «Kúlikov se quitó el casco y lo levantó despacio (...). El enemigo disparó. Kulikov se puso en pie, gritó y se desplomó. "¡Al fin, el francotirador soviético, el "gran conejo"al que llevo cuatro días buscando, está muerto!", debió de pensar el alemán, porque asomó la cabeza por detrás de la plancha de hierro. Apreté el gatillo y la cabeza del nazi desapareció. La mira de su rifle estaba inmóvil y seguía soltando destellos bajo la luz del sol». Konings había muerto. Más tarde, Záitsev recuperó su cadáver: «Kúlikov y yo sacamos a rastras al mayor alemán muerto, agarré su fusil y su documentación y se los entregué al comandante».