Un gancho directo al hígado
Esta es la crónica de una crónica, uno de los reportajes más hermosos de las últimas décadas, una de las historias más conmovedoras. Publicado originariamente en la revista «Los Angeles Times Magazine», en 1997, gracias a su calidad, podemos considerarla una hipnótica novela de corto aliento o un reportaje novelado, donde el autor tiene el mando absoluto de todas las herramientas: ternura, narración, ritmo, fluidez, metáforas. «Eres Bob Satterfield, ¿verdad?/ El peleón Bob Satterfield –me dijo él, encantado de que le reconocieran–». A partir de ese momento, ocurre lo que no se puede contar aunque les prometo ternura, ingenio, sinceridad, calidad literaria. Y algo que, escasamente, atraviesa los relatos de no ficción: misterio al más puro estilo chandleriano o hammettiano.
A J.R. Moehringer –antes de «Open», «El Bar de las grandes esperanzas» y del Pulitzer– le encargaron un reportaje sobre Bob Satterfield, un peso pesado que peleó entre 1945 y 1957 y sobre el cual nada se sabía. El púgil conocido por sus golpes de martillo neumático, que combatió con nombres míticos como Rocky Marciano o Jake LaMotta (Toro Salvaje), había desaparecido del mapa. Nuestro protagonista buscaba una buena historia y, tras mucho pelear, cuando está a punto de darse por vencido, ve un viejo sucio y desdentado vagabundeando por las calles de Santa Ana. Bebe whisky barato, guarda sus pertenencias en un carrito de supermercado y se arrastra del comedor social al albergue. Pero tiene una peculiaridad: unas enormes manos como bolas de bolera, que le cuelgan del tronco. Podría tratarse de «El Campeón», uno de los mejores noqueadores de todos los tiempos.
Cada misterio de esta narración tiene vueltas y revueltas, pistas falsas, callejones sin salida, diferentes usurpaciones de identidad, mentiras, encuentros y desencuentros. En al menos tres ocasiones, el libro parece pura ficción pero cuando creemos tener todas las respuestas, la historia cambia las preguntas. No obstante, el personaje principal es el propio Moehringer. Sin el narrador meticuloso e hipnótico, esta historia no funcionaría como tampoco lo haría sin el aliento principal de este libro: el periodismo. Porque de eso va el libro, en realidad. De la crisis de nuestro sector.
¿Hay futuro?
En la introducción se nos cuentan los duros momentos que vivía el autor en el periódico en que trabajaba. Presiones, despidos, dudas profesionales... «¿Tengo futuro en este trabajo o debo buscarme la vida?». Afortunadamente, eligió el camino correcto: «En realidad sólo hay dos tipos de historias en el mundo: las que los demás quieren que cuentes y las que quieres contar tú. Y nadie va a dejarte así, sin más, contar las segundas. Tú tienes que pelear para ganarte ese privilegio, ese derecho».
Para quienes hayan leído «El bar de las grandes esperanzas», intuirán que el autor terminará encontrando reminiscencias de su padre en las cicatrices del viejo combatiente. «El campeón ha vuelto» podría haber supurado testosterona, sudor, ganchos y crochets, pero cada párrafo prefiere indagar en las esquinas de la derrota, de la soledad, de la mentira piadosa y de la insoportable verdad. Una historia que va más allá del cuadrilátero, de la semblanza biográfica o de la narración deportiva. Atención a la última línea porque golpea como un gancho de izquierda directo al hígado. Acaso la mejor última línea que podamos haber leído en mucho tiempo.