Una gran dama
La llamada «grande dame de l’édition», como la define Jorge Herralde, construye su primera novela como de puntillas; con cautelosas formas, a la discreta manera de una gran señora de las letras. Es éste un libro atravesado por la identidad, los exilios y la falta de ciudadanía emocional. La vemos nacer en la cosmopolita Alejandría de la posguerra, la seguimos hasta Milán –la parte más conmovedora del libro–, y acompañamos en su caminar parisino. En la capital del Sena dedicará su vida a editar los libros de otros –directora editorial de Gallimard y de Flammarion–, pero, sobre todo, paladearemos el retrato espiritual nada indulgente que ella hace de sí misma. Ni rastro de los altos personajes de letras con los que se codeó ni de las firmas de relumbrón que frecuentara; sí sabremos, en cambio, de las lecturas que mecieron los kilómetros vitales recorridos, los autores/mentores que la ayudaron a comprender el mundo y sus alrededores: Homero, Kavafis, Stendhal, Shakespeare Proust. «La Triunfante» es el nombre de una corbeta francesa del siglo XIX: la pasión por las aventuras marítimas y las batallas navales que ha acompañado desde niña a la narradora y a la propia Cremisi, quien asegura que tiene una «imaginación portuaria».
Esta novela no es, en modo alguno, «triunfal», aunque su prosa lo sea. Se trata de un libro distinguido –abomino del degradado término «elegancia»–. Es el relato de una mujer que intenta aclimatarse a cada cambio como «una enredadera a los caprichos de su jardinero»; una obra sobre las contingencias que dan forma a una existencia convulsa, así como a las posibilidades que tiene un ser humano en aclimatarse a ellas. «La triunfante», pues, navega entre la autoficción y el relato real rumbo a un puerto narrativo «première classe» con el viento a su favor.